Los pseudo intelectuales: farsantes de la cultura y agentes del retroceso

Manuel García Estrada

En Hispanoamérica, y particularmente en México, una figura se ha vuelto tan omnipresente como nociva: el pseudo intelectual. Se trata de un personaje que no construye pensamiento, sino que repite consignas; que no ilumina, sino que confunde; que no cultiva el espíritu, sino que propaga ideologías caducas disfrazadas de “progreso”. Son ellos —más que los políticos o los burócratas— quienes hoy han saboteado el debate cultural y hundido el criterio público en la demagogia woke.

Estos farsantes no buscan el conocimiento por amor a la verdad, sino por miedo a su propia insignificancia. Se visten de alternativos, de bohemios, de supuestos “rebeldes”, pero todo es pose. Detrás del huarache de cuero, del morral étnico y del discurso plagado de jerga marxista y existencialista, lo que hay es una autoestima rota, un deseo patológico de validación y un odio profundo a todo lo que huela a mérito, excelencia, tradición o jerarquía. No saben crear, por eso destruyen. No saben enseñar, por eso manipulan.

Se refugian en aulas universitarias donde se ha proscrito el pensamiento crítico, en editoriales donde lo panfletario sustituye a lo literario, en foros donde la mediocridad se disfraza de diversidad y el resentimiento se impone como virtud. Se llaman a sí mismos “críticos”, pero sólo saben citar a Foucault, a Gramsci, a Derrida, como si fueran oráculos inapelables. Se indignan con todo, pero no resuelven nada. Son los que más hablan de libertad, pero no toleran una idea que no se alinee con su agenda.

Lo más patético es ver a los que ya pasaron los sesenta años, seguir usando el mismo discurso rancio de los años 70, fingiendo que son “de vanguardia” cuando hace décadas que están superados. Se dicen progresistas pero viven anclados a las ruinas ideológicas del siglo XX. Su llamado a “revoluciones” ya no inspira ni a sus propios alumnos, que ven en ellos más un espectáculo que un referente.

No son intelectuales. Son fantoches. No piensan, posan. Su presencia constante en congresos, revistas culturales y programas públicos no es un signo de su valor, sino una evidencia del vacío que ocupa hoy la cultura institucional. Han hecho del victimismo una doctrina, de la estética un disfraz y del pensamiento un eco hueco.

Lo que necesita México no es más de estos simuladores. Necesita pensadores libres, estudiosos rigurosos, artistas con identidad y ciudadanos con dignidad. El pseudo intelectual debe ser desenmascarado como lo que es: un obstáculo para el renacimiento de una cultura fuerte, luminosa y verdaderamente liberadora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *