El arte genuino y El Águila… Incidir en la cultura.

Manuel García Estrada

El arte verdadero nunca se esconde tras un discurso, porque se basta a sí mismo para hablar. Ahí están Juan Correa y Cristóbal de Villalpando, gigantes de la pintura novohispana, capaces de alzar templos de luz sobre lienzos inmortales. Ahí está Sor Juana Inés de la Cruz, cuya palabra encarna la síntesis de inteligencia y belleza. Ellos no necesitaron vender humo ni disfrazar su vacío de teoría: su obra sigue viva porque se sostiene sola, como columna de mármol en medio de ruinas.

En las Grandes Montañas de Veracruz, ese linaje de grandeza no se perdió. Rodolfo Cruz Toledano es heredero de la perfección técnica de Correa y Villalpando, mientras que Rosa María Galán Callejas prolonga el filo intelectual y lírico de Sor Juana. Como ellos, Miguel Tress y Eliseo Garza se inscriben en las vanguardias del siglo XX con pureza, sin concesiones al engaño. Y en la literatura, no se puede negar la grandiosidad de Fernando Pérez Barragán, León Sánchez Arévalo y Jorge Cuesta, ya muertos pero aún incendiarios en la palabra. Entre los vivos, brillan las plumas lúcidas de Nati Rigonni, Sandra Gallardo, Paz Karina Peláez y Gino de Gasperín, quienes resisten la moda hueca con palabra verdadera.

Es importante recordar que los grandes nunca se avergonzaron del encargo. Sor Juana escribió bajo la sombra de mecenas; Leonardo da Vinci pintó para príncipes. Pero jamás confundieron esa circunstancia con la prostitución del arte. Ellos no engañaban: entregaban verdad, aunque sirvieran a otro.

Hoy el enemigo se llama HampArte, disfrazado de arte VIP. Esa feria de objetos mudos, performances huecos y videos que exigen explicación porque carecen de alma. El arte verdadero no necesita pie de página; el HampArte vive de explicaciones porque carece de alma.

Ese falso arte no conmueve: Cuando el arte deja de conmover y solo vende, ya no es creación: es mercancía de burócratas disfrazados de genios. El artista auténtico arriesga su sangre, no su reputación de cóctel. El impostor fabrica discursos para justificar basura: Quien confunde ocurrencia con arte, termina adorando basura como si fuera revelación.

El camino es claro: abrazar la herencia de nuestros creadores y condenar sin titubeos a quienes engañan. Porque el arte verdadero ilumina; el HampArte encandila. Uno despierta, el otro anestesia.

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