Editorial: La poesía como antídoto contra los tiranos del alma «El Águila» Número 50. Época III, No. 1, julio 2025.

«La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos.»
— Rabindranath Tagore

En tiempos en que las emociones colectivas son secuestradas por narrativas impuestas, en que la indignación se diseña desde oficinas políticas y la esperanza se administra como dosis de anestesia social, la poesía emerge como una fuerza liberadora. No es un mero adorno verbal ni un lujo de intelectuales: es, en su raíz más profunda, un acto de resistencia espiritual.

Los tiranos modernos —con sus estrategias mediáticas, con sus mensajes repetidos y sus discursos encendidos— han comprendido que el control no se perpetúa solo con armas o economía. El verdadero dominio se ejerce desde la emoción. Quien maneja los sentimientos populares puede manipular el relato de una nación. Así se fabrican enemigos imaginarios, se canonizan líderes huecos, y se repite una y otra vez que el pueblo es libre, mientras se le encierra en prisiones semióticas, tal como lo advirtió Roland Barthes: quien domina el signo, domina la realidad.

En ese escenario, la poesía —como la narrativa y el cuento— actúan como instrumentos de reconexión con la verdad íntima. Donde hay manipulación, la palabra poética abre grietas; donde hay opresión simbólica, florece la metáfora como libertad. La poesía no impone: invita. No ordena: ilumina. No explota las emociones: las dignifica. Por ello resulta subversiva frente a los intereses de quienes se alimentan del caos, del miedo y de la polarización.

Como ha propuesto la semiología de la vida cotidiana —particularmente desde el pensamiento de Alfonso Ruiz Soto— solo una sociedad plena puede generar individuos plenos. La cultura del desarrollo humano no puede florecer donde el lenguaje está contaminado por la propaganda ni donde los relatos sociales están plagados de mentiras útiles al poder. La poesía, al devolver la verdad a las palabras, restaura la confianza del ser en sí mismo. Es una semilla de conciencia.

Es por eso que, cuando una sociedad lee, escribe, crea cuentos y comparte poesía, está empezando a sanar. Está, en silencio y sin permiso, construyendo la posibilidad de una nueva república emocional. Una nación que se reconoce no por las etiquetas que le impone el extranjero o la academia colonizada, sino por su vibración interior.

Desde hace más de dos siglos, Hispanoamérica ha sido el campo de cultivo de la llamada Leyenda Negra, esa construcción sistemática que redujo nuestras raíces, denigró nuestros procesos históricos y sembró en nuestras conciencias una vergüenza infundada. La poesía —la verdadera, la profunda, la que nace del alma de los pueblos— es capaz de desmontar ese relato. No con odio, sino con belleza. No con imposiciones, sino con identidad.

Por eso hoy, más que nunca, es urgente recuperar la palabra libre, la metáfora sin censura, el cuento que enseña sin manipular. Porque un país que se reencuentra con su lenguaje se reencuentra con su dignidad. Y un pueblo que dignifica su palabra, jamás será dominado por aquellos que trafican con las emociones del pueblo.

La poesía no es evasión. Es revolución sin sangre. Es ternura con poder. Es el arte de despertar sin gritar.

Que no nos falte la poesía. Que no nos roben la palabra. Que no nos impongan más narrativas envenenadas.

México y toda Hispanoamérica tienen una misión pendiente: reconstruir su voz desde la belleza y la verdad. Y eso comienza —silenciosamente— con un verso.

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