El colapso del periodismo y el triunfo del chisme: una sociedad sin brújula informativa
Álvaro Carmona Sánchez, Jalisco
«En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.»
—George Orwell
Vivimos en una era donde el oficio del periodismo, alguna vez considerado el cuarto poder y columna vertebral de las democracias modernas, ha sido convertido en una feria de distracciones. Su esencia original —la búsqueda de la verdad, la denuncia de los abusos y la exposición crítica de la realidad— ha sido reemplazada por una maquinaria al servicio del espectáculo, la propaganda política y la banalidad cotidiana.
Desde hace décadas, y de forma creciente con la masificación digital, los medios de comunicación se han deslizado hacia un abismo informativo donde el rigor, la investigación seria y el sentido ético se ven desplazados por la velocidad, el escándalo y la necesidad de generar clics. El resultado: una sociedad menos informada, más manipulada y profundamente desconectada del pensamiento crítico.
El periodismo: de centinela democrático a vocero de intereses
A mediados del siglo XX, publicaciones como Proceso, Letras Libres, Nexos, o más recientemente Etcétera, mantuvieron —con distintos énfasis ideológicos— un intento por elevar el debate público. Desde la crónica política hasta la crítica literaria, pasando por el ensayo y la investigación periodística, estas publicaciones permitieron construir una ciudadanía más lúcida, o al menos mejor informada.
The New Yorker, por su parte, ha sido un referente mundial del periodismo narrativo. Su apuesta por el texto largo, por el análisis detallado, por el arte de contar con profundidad, ha resistido los embates de la inmediatez y del algoritmo. A pesar de sus sesgos y contradicciones, medios así no han renunciado al arte de pensar.
El contraste con la prensa actual es abrumador. Gran parte de los medios tradicionales en México y América Latina se han convertido en plataformas de difusión de agendas políticas —cuando no abiertamente en órganos de propaganda— o en vitrinas del entretenimiento barato. Informar con integridad se ha vuelto la excepción. Lo común es la manipulación de encuestas, la omisión deliberada de temas cruciales y el regodeo en asuntos irrelevantes.
La pseudoprensa digital: entre el ego, la ignorancia y el daño social
Al calor de las redes sociales han surgido miles de perfiles que se autodenominan periodistas. Muchos de ellos sin formación profesional, sin rigor ni ética, sin más intención que llamar la atención a través del morbo, el rumor, el escándalo personal o la agresión disfrazada de denuncia.
No es periodismo quien toma un celular para repetir chismes o emitir opiniones sin fundamento. No es periodismo la transmisión en vivo de broncas callejeras o escándalos familiares. No es periodismo quien desconoce el contexto histórico, social y cultural de aquello que reporta. Lo que se ha popularizado es una versión distorsionada y empobrecida del oficio, que ha secuestrado el término “información” para disfrazar la ignorancia con filtros y likes.
Los nuevos «creadores de contenido», como ahora se llaman, creen que hacer periodismo es emitir una ocurrencia en tono de denuncia, muchas veces sin pruebas, sin derecho de réplica, sin método. Dañan la vida de otros y luego piden donaciones en sus cuentas. Pero lo más grave es que encuentran una audiencia. ¿Por qué? Porque se ha perdido el apetito por la verdad. Porque las masas están entrenadas para el escándalo, no para la comprensión.
Chisme, escándalo, superficialidad: la nueva columna vertebral de los medios
La prensa que debería denunciar los abusos del poder, hoy finge neutralidad mientras otorga espacio preferente a videos virales, polémicas falsas, y noticias construidas con “fuentes” de TikTok. Lo que importa ya no es la veracidad sino la viralidad. Lo que antes era una nota de espectáculos ahora ocupa las portadas. Lo que antes era el espacio reservado para lo banal hoy compite por definir la conversación nacional.
Y en esa decadencia generalizada, las redes sociales han acelerado la crisis: alimentan lo instantáneo, privilegian lo emocional sobre lo racional, lo ideológico sobre lo informativo, lo morboso sobre lo relevante. Si no indigna, no sirve. Si no polariza, no importa. Si no entretiene, se ignora.
Así, miles de personas creen estar «informadas» porque siguen cuentas que difunden rumores, reportes sin verificar o denuncias que nunca se confirman. Y los verdaderos periodistas, aquellos que sí investigan, que sí contrastan fuentes, que sí se comprometen con la verdad, pierden espacio, lectores, ingresos y credibilidad simplemente porque no compiten en el circo del escándalo.
La decadencia informativa como síntoma de una enfermedad más grande
La degradación del periodismo es reflejo del deterioro social. Una sociedad sin educación crítica, sin capacidad de concentración, sin noción de la diferencia entre opinión y evidencia, es una sociedad incapaz de sostener una democracia real. El show ha reemplazado al discurso. El meme ha desplazado al argumento. Y el «periodista» más popular es el que mejor grita, no el que mejor investiga.
Detrás de este proceso hay responsabilidades compartidas: los dueños de medios que priorizan ingresos sobre integridad; los políticos que usan la prensa como extorsión o escudo; los lectores que prefieren el escándalo al análisis. Y también hay víctimas: la verdad, la democracia, la cultura y la dignidad.
Volver a creer en el pensamiento impreso
Frente a esta crisis, surge una esperanza que parece anacrónica pero no lo es: el regreso al pensamiento impreso. Los medios impresos —revistas, periódicos, fanzines, ensayos encuadernados— son instituciones del pensamiento. Requieren tiempo, edición, revisión, disciplina. No se publican por accidente. No se corrigen en vivo. No se escriben sin haber leído antes.
La prensa impresa, hermana menor de los libros, forma parte de un ecosistema cultural que no se improvisa. Publicar en papel implica un esfuerzo intelectual, económico y logístico que impone cierto umbral de calidad. Escribir una réplica en medios impresos exige argumentación, no solo emoción. Por eso muchos no responden: porque no saben, porque no pueden, porque no tienen más que gritos y filtros.
El papel, entonces, vuelve a ser símbolo de lo duradero, de lo reflexivo, de lo serio. Y aunque su alcance sea menor que el de las redes, su profundidad es incomparable. En tiempos de desinformación viral, la prensa impresa es una trinchera de sentido.
Revistas que aún resisten con dignidad
Publicaciones como Etcétera —que desde su fundación ha mantenido una línea crítica sobre medios, política y cultura— siguen siendo espacios imprescindibles para quienes buscan algo más que propaganda o entretenimiento. Letras Libres y Nexos, pese a sus detractores, conservan un espacio de pensamiento, debate y memoria. Proceso, con sus altos y bajos, continúa ejerciendo el periodismo de investigación en temas que otros prefieren ignorar. The New Yorker, a nivel internacional, demuestra que el lector exigente sí existe y que hay un mercado para la inteligencia.
Estas publicaciones son prueba de que el verdadero periodismo no ha muerto: simplemente ha sido relegado, acosado, saboteado y desplazado por una pseudoprensa que no merece tal nombre. Pero aún está ahí, esperando al lector que no se conforme con el chisme.
¿Qué hacer frente a esta decadencia?
- Formar lectores críticos desde la infancia, enseñando a distinguir entre hechos y opiniones, entre periodismo y chisme.
- Apoyar medios con criterios editoriales sólidos, aunque cuesten, aunque no sean virales.
- Exigir ética en la cobertura informativa, tanto en medios tradicionales como en plataformas digitales.
- Denunciar a los falsos periodistas, no con censura, sino con mayor exigencia y contraste público.
- Revalorizar la escritura como herramienta de resistencia frente al grito fácil y la manipulación emocional.
Conclusión: La verdad, aunque impopular, es necesaria
La prensa no puede ser solo espejo de la sociedad: debe ser también su conciencia. Cuando el espejo refleja basura es porque ya nadie quiere mirar hacia dentro. Y cuando el periodista se vuelve parte del circo, deja de ser testigo para convertirse en cómplice.
No todo está perdido. Mientras haya quienes escriben con rigor, publican con intención y leen con atención, habrá un futuro para el periodismo. La solución no vendrá del algoritmo, sino de la pluma.
Como dijera Albert Camus:
«La prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala.»
