El final de una época: entre la decadencia revolucionaria y el renacer de México

Manul García Estrada, El Hijo del Rayo

«Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla». Esta frase atribuida a George Santayana cobra un sentido brutal al observar el México contemporáneo. Estamos frente al cierre de una era: la de los caudillos revolucionarios y sus herederos, quienes durante más de un siglo secuestraron al país en nombre de una justicia social que nunca llegó. Lo que fue un movimiento armado contra el Porfiriato derivó en un feudalismo moderno, camuflado de república, en el que las castas políticas se perpetúan a través de apellidos, partidos y clientelismos.

Hoy, esos viejos mitos revolucionarios están en ruinas. El nacionalismo revolucionario degeneró en una estructura parasitaria que mantiene a la sociedad mexicana como rehén, usando el discurso del pueblo para legitimar una dictadura encubierta. No estamos ante una simple crisis de gobierno, sino ante el agotamiento total de un modelo.

Un siglo de control desde la cúspide del Estado

La Revolución Mexicana, con sus luces y sombras, fue pronto secuestrada por grupos que entendieron el poder no como medio, sino como fin. Tal como Francisco Bulnes analizó en sus críticas al liberalismo mexicano,⁰ la idea de una patria justa se convirtió en una herramienta para instaurar un nuevo absolutismo: el de los caudillos posrevolucionarios.

Desde Obregón y Calles, pasando por Lázaro Cárdenas, hasta los herederos del PRI y sus mutaciones en partidos de izquierda supuestamente democráticos, la política mexicana fue capturada por grupos cuyo interés esencial fue el poder mismo. La educación fue controlada ideológicamente, como denuncian los escritos de Salvador Borrego,¹ en donde la historia oficial es una narrativa propagandística que glorifica a los revolucionarios mientras silencia las voces críticas.

Un socialismo disfrazado de justicia

Lo que llamamos democracia ha sido, en realidad, una dictadura en cuotas. Los ciudadanos eligen entre opciones diseñadas desde el mismo aparato de poder, donde las alianzas partidistas cambian de nombre pero no de esencia. José Vasconcelos, pese a ser un actor del primer Estado posrevolucionario, denunció el rumbo ideológico ateo, antioccidental y autoritario que tomó el régimen desde la Secretaría de Educación Pública.²

El discurso anti capitalista, anti católico y profundamente centralista que el régimen promueve ha creado un ambiente hostil para el desarrollo libre del individuo y la nación. El resultado es un Estado colapsado, con instituciones penetradas por el crimen organizado, como ha documentado Anabel Hernández en El traidor y otros trabajos.³

El punto de quiebre: corrupción institucional y servidumbre emocional

Nos encontramos en un momento de colapso moral e institucional. La corrupción ya no es un accidente del sistema, sino su columna vertebral. Gobernadores, secretarios, jueces y hasta presidentes han sido acusados de delitos que en cualquier otra nación provocarían un estallido social. En México, el pueblo permanece pasivo, domesticado por programas sociales que no resuelven la pobreza sino que la gestionan como herramienta electoral.

Carlos Monsiváis, desde una trinchera crítica, reconoció en Los rituales del caos cómo el poder en México funciona por simulaciones, por espectáculos que distraen del fondo. El caos no es un accidente: es una estrategia.⁴

Una estructura feudal disfrazada de modernidad

El régimen mexicano es esencialmente feudalista: tiene señores, vasallos, territorios y diezmos. Los sindicatos, los programas clientelares, los partidos con dueño, son todos elementos de una misma dinámica. El pueblo mexicano vive entre el chantaje emocional, la dependencia material y el adoctrinamiento simbólico.

Esto coincide con las advertencias del Instituto Albert Einstein en su documento De la dictadura a la democracia,⁵ donde se explica que los regímenes autoritarios prolongan su existencia generando dependencia, propaganda emocional y división interna.

El fin del ciclo: decadencia y miedo al vacío

Hoy el poder está en manos de figuras que, más que gobernar, resisten su inevitable desaparición. Son corruptos, sociópatas, demagogos que saben que su tiempo se acaba, y por ello se aferran a toda costa. Como describe el documento del Instituto Einstein, los regímenes colapsan no cuando se quedan sin poder, sino cuando pierden la narrativa que los justifica.⁶

Estados Unidos ha comenzado a denunciar la corrupción en México con una claridad inédita. Esto no responde a una preocupación ética, sino a la constatación de que el modelo mexicano ya no sirve a los intereses regionales. Un Estado fallido es un problema que ya no se puede maquillar con diplomacia.

La urgencia de nuevos liderazgos y nuevas ideas

No podemos permitir que la oposición al régimen sea una versión más del mismo. Deben surgir nuevos partidos, nuevas ideas, nuevas élites intelectuales. El país requiere un titán, no una marioneta. Una visión de grandeza que supere el resentimiento, la mediocridad, el victimismo.

Esa nueva generación debe reivindicar la nación, el trabajo digno, la educación clásica, la belleza, la verdad y el bien común. No necesitamos nuevos caudillos, sino ciudadanos plenos. No requerimos un nuevo Estado paternalista, sino una sociedad con valores civilizatorios.

Epílogo: si no eres parte de la solución…

México necesita una refundación moral, política y cultural. Este es el momento de la reflexión y la acción. El país se encuentra en una encrucijada entre la servidumbre y la libertad. Como bien lo dijo José Vasconcelos: “La libertad no se mendiga, se conquista”.

Si no eres parte de la respuesta, eres parte del problema.

Notas:

Salvador Borrego, Derrota Mundial, Ediciones Veritas, 1953.

José Vasconcelos, La raza cósmica, Editorial Porrúa, 1997.

Anabel Hernández, El traidor: el diario secreto del hijo del Mayo, Grijalbo, 2019.

Carlos Monsiváis, Los rituales del caos, Era, 1995.

Gene Sharp (Instituto Albert Einstein), From Dictatorship to Democracy, 1993.

Ibid, capítulo IV.

Francisco Bulnes, El porfirismo: la última fase del liberalismo, 1903.

Alfonso Ruiz Soto, Modelo Integral del Desarrollo Humano, Ediciones MIDH.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *