La república como hogar de todos
Manuel García Estrada
Cada día, al despertar, vivimos la riqueza de una diversidad cultural posible gracias a quienes nos antecedieron sin saber que naceríamos. El sistema republicano vigente permite que en nuestras aulas convivan niños de distintas religiones o sin religión alguna. Eso es posible porque la educación en México es pública, laica, gratuita y obligatoria. En teoría. Hoy, nuestros niños están bajo ataque de intereses mercantilistas que buscan convertir a los seres humanos en una masa ignorante, fácil de explotar.
Los cordobeses debemos tener una postura clara respecto a la vida republicana. Aquí, en nuestra ciudad, se firmó uno de los tratados más controversiales de México. La independencia fue pactada entre el criollo Iturbide y el peninsular O’Donojú, sin que el pueblo supiera siquiera que existía una nación llamada México.
Esa “independencia” dejó como herencia el grillete del Vaticano y la sombra de una España medieval que apenas asomaba al Renacimiento. La corriente luminosa del liberalismo hispano fue desechada por conveniencia: era más fácil mantener el orden virreinal bajo una monarquía criolla que apostar por el espíritu progresista de la Constitución de Cádiz.
La república debía ser el alma que nos guiara hacia una verdadera emancipación. Pero las derechas mexicanas, hoy como ayer, ensalzan la independencia sin haber roto jamás los lazos del sometimiento cultural y religioso. Con una vida republicana firme podríamos desechar los dogmas que esclavizan y anulan. Ser republicano es más difícil que ser creyente: implica leer, debatir, reflexionar y actuar.
Las derechas temen a los hombres libres. No soportan perder el control ni el poder. Se comportan como neo-nobles sedientos de pleitesía. A ellos conviene recordarles: mientras más deseen usar coronas, más cerca están de la guillotina.
Este 24 de agosto, Córdoba recibirá un reconocimiento nacional. La fecha será efeméride estatal. Para algunos, se hará justicia; para otros, se oficializará una mentira. Es hora de abrir un debate serio, no visceral. Estamos a ocho años de nuestro cuarto centenario como ciudad: el momento es ahora.
