La sociedad está enferma de servilismo.
Manuel García Estrada
No por culpa de los tiranos, sino por culpa de los que se arrodillan ante ellos. Como decía Ikram Antaki, “una sociedad no se suicida por el crimen de unos pocos, sino por la cobardía de los muchos”. Y esos muchos, hoy, se disfrazan de “políticamente correctos”, de “buenos ciudadanos”, cuando en realidad son simples adoradores del poder, necesitados de aplausos, incapaces de sostenerse en pie sin la aprobación ajena.
El que se arrodilla ante un político no es ciudadano: es esclavo voluntario. Esta es la raíz de nuestra decadencia: la renuncia al juicio propio. Como advertía Umberto Eco, la peor forma de fascismo moderno no es el grito autoritario, sino la obediencia dócil de los que callan por miedo a incomodar. Quien busca quedar bien con todos termina siendo nada para sí mismo.
El mundo no necesita más gente correcta: necesita gente valiente. En El Principito, el zorro le dice al niño: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Pero en esta época, lo esencial —la verdad, el carácter, la libertad— ha sido reemplazado por la imagen, la apariencia, la necesidad de ser aceptado.
El ansioso de reconocimiento vive de rodillas, porque su dignidad ya la hipotecó por migajas de aprobación. Y mientras tanto, los políticos —esos mercaderes del populismo— se alimentan del silencio de los mansos.
Fernando Savater recordaba que la ética comienza cuando uno decide pensar por sí mismo. Pero eso incomoda, y por eso tantos prefieren seguir el rebaño. Gaby Vargas lo dice claro: el miedo nos paraliza, pero también nos degrada si no lo enfrentamos.
Más repugnante que un tirano es el mediocre que lo aplaude con tal de sentirse parte de su circo.
Ha llegado la hora de despertar. No se trata solo de criticar al poder, sino de destruir el miedo que lo alimenta: el miedo a ser rechazado, a ser diferente, a ser libre.
Porque solo cuando dejemos de buscar la aprobación ajena, seremos verdaderamente invencibles.
