Los Deshuevados
Manuel García Estrada.
En cada rincón de la vida pública y privada, abundan los llamados deshuevados: individuos que presumen tener principios, pero que ni ellos mismos son capaces de creerse. Hablan mucho, gesticulan, se indignan en redes y frente a una taza de café, pero cuando llega la hora de actuar, se diluyen como azúcar barata.
Su alimento emocional es la apariencia: aparentar valor, aparentar influencia, aparentar cultura. Algunos se refugian en un apellido que ya no significa nada o en un puesto público o privado que obtuvieron más por acomodo que por talento. Pretenden ser pintores, escritores o políticos de peso, pero sus obras, discursos o gestiones no pasan de ser un refrito mediocre.
Son desechos de los valores que alguna vez sustentaron a las sociedades occidentales. Tienden a tener vidas personales desmoronadas: divorciados sin aprendizaje, madres solteras que usan la bandera de la victimización, solterones amargados. Su patrón común es la incapacidad para construir y mantener relaciones sanas, ya sean de pareja, amistad o colaboración.
Se refugian entre otros de su misma talla emocional, retroalimentando sus frustraciones y validando su mediocridad. Allí, se sienten “profundos” al repetir frases sacadas de titulares o de conversaciones superficiales con otros igual de zafios. Consumen chatarra cultural y la exhiben como si fuera pensamiento crítico.
En esencia, son medianos, mediocres y nacos; no por su origen social, sino por su pequeñez moral y mental. Su mayor ambición es mantener su burbuja de falsa importancia, sin arriesgarse jamás a un verdadero desafío que los exponga. Y así siguen, arrastrando su existencia sin propósito, convencidos de que son faros de luz… cuando en realidad no son más que bombillas fundidas en la penumbra de su propia intrascendencia.
