Los humanos somos insistituíbles en el Café… siempre y cuando seas homo sapiens.

Manuel García Estrada

En tiempos donde los robots prometen eficiencia y exactitud en la preparación del café, el trato humano en las barras cobra un valor insustituible. Según la filosofía aristotélica, el ser humano encuentra su plenitud en la praxis, en el acto cargado de sentido, no solo en la producción mecánica. El barista, cuando dialoga, escucha, observa y personaliza la experiencia, no solo sirve una bebida: realiza un acto virtuoso, que une técnica, sensibilidad y carácter.

Aristóteles definía la areté (excelencia) como la expresión de las mejores cualidades humanas en acción. El barista virtuoso es aquel que no solo domina su oficio, sino que lo ejerce con phronesis —sabiduría práctica—, sabiendo cuándo callar, cuándo sonreír, cómo consolar o celebrar con el cliente. Eso, ninguna máquina puede ofrecerlo.

La experiencia del café es un rito humano que involucra mucho más que una bebida. Es cercanía, mirada, voz, empatía. En un mundo automatizado, el trato humano no es un lujo: es una forma de resistencia ética y cultural. Porque, como decía Aristóteles, el bien se alcanza en comunidad, en el vínculo. Y una barra de café bien atendida es uno de los últimos bastiones de esa comunidad real y tangible que tanto necesitamos.

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