Maestrías y doctorados: ¿educación avanzada o negocio universitario?
Manuel García Estrada
Durante décadas, los grados académicos superiores han sido presentados como sinónimo de inteligencia, estatus y éxito profesional. Maestrías y doctorados ocupan un lugar privilegiado en el imaginario social: se les asocia con el conocimiento profundo, la excelencia intelectual, la preparación de élite. Pero ¿qué sucede cuando esa narrativa se desvanece al observar la realidad?
En los últimos años, el mercado educativo se ha saturado de personas con posgrados que no solo carecen de empatía y sabiduría, sino que tampoco poseen habilidades productivas reales. Y cada vez resulta más evidente: un grado académico no garantiza inteligencia ni valor social.
La inflación de títulos y la burbuja del prestigio
Las universidades, como toda institución que participa del mercado, han entendido que vender títulos es un negocio rentable. Entre más años estudie un alumno, más ingresos genera. De ahí que las estructuras académicas se expandan como espiral sin fin: donde antes bastaba una licenciatura, ahora se exige una maestría; donde antes un doctorado era excepción, hoy se ha convertido en un requisito burocrático más.
Esta expansión no ha sido impulsada por una necesidad social ni por avances del conocimiento en sí, sino por una lógica corporativa: crear dependencia institucional y alargar artificialmente los procesos de formación. Los verdaderos impulsores de esta inflación académica son los patronatos universitarios y los consejos académicos que, lejos de pensar en el desarrollo humano, responden a criterios de financiamiento, prestigio artificial y vinculación con el poder político y económico.
Saber académico ≠ saber vital
Una persona puede tener un doctorado en ciencias sociales y ser completamente incapaz de escuchar, de trabajar en equipo o de proponer una solución concreta a un problema comunitario. Puede escribir 300 páginas sobre “capital cultural” sin saber cómo resolver una crisis laboral, pagar una nómina o enfrentar un cliente difícil.
El aula universitaria forma, pero no forja. La vida real se vive en lo concreto, en el error, en el cuerpo, en el trabajo cotidiano, y eso no se enseña en un posgrado. Es más: muchos de quienes han pasado años acumulando títulos viven con una especie de soberbia ilustrada, ajena a la humildad que da la experiencia. No pocos son técnicamente brillantes y emocionalmente analfabetas.
La trampa meritocrática
Se ha construido un mito: “entre más estudias, más vales”. Pero la realidad es otra. Muchos de los grandes emprendedores, líderes comunitarios, artesanos, agricultores, innovadores sociales y empresarios de impacto no tienen posgrados. Tienen carácter. Tienen disciplina. Tienen una comprensión viva del mundo que no viene de los libros, sino de la práctica.
Mientras tanto, miles de posgraduados se forman para puestos que no existen o que ya están ocupados. Salen al mundo esperando respeto por su grado académico y se encuentran con un mercado saturado, frustrado y competitivo, donde lo que importa no es el título sino lo que sabes hacer.
Las universidades: fábricas de deuda y obediencia
Muchas maestrías y doctorados se han convertido en formas de endeudamiento. El alumno paga cifras enormes para acceder a un título que le aseguran que “le abrirá puertas”, pero que muchas veces solo lo encierra en la élite de los que tienen muchos diplomas pero poca agencia personal. Son años que podrían haberse invertido en crear, emprender, viajar, trabajar, crecer… y que, en cambio, se consumen en burocracia académica, papers que nadie lee y teorías alejadas de la práctica.
Peor aún: el modelo universitario castiga la disidencia. Quien cuestiona, quien no se ajusta a la línea editorial del consejo académico, es excluido. Así, las universidades dejan de ser centros de pensamiento libre para convertirse en máquinas de obediencia que producen profesionistas entrenados para repetir, no para pensar.
El fetiche del doctorado y la decadencia del sentido común
Hoy en día, el título de “doctor” se ha vuelto un fetiche. Se antepone al nombre como si fuera una armadura de legitimidad. Pero detrás de ese título puede haber una profunda incapacidad para dialogar, un desprecio por los saberes populares, una ignorancia radical de los problemas reales del país. La especialización extrema ha reducido la visión de mundo, generando doctores que saben mucho de casi nada, y nada de lo demás.
Esto explica, por ejemplo, la desconexión entre muchos “expertos” y la ciudadanía. Políticas públicas diseñadas desde los escritorios, sin contacto con el territorio. Diagnósticos elaborados en inglés académico que no pueden comunicarse con el pueblo al que dicen servir. Y mientras tanto, la experiencia, la intuición, la escucha, la empatía y el sentido común—las verdaderas llaves de la inteligencia humana—quedan fuera del aula.
Contra el populismo académico y el paternalismo educativo
El sistema universitario actual promueve un paternalismo elitista: estudia mucho, cúmplele al sistema, acumula diplomas y “alguien” te premiará. Esa promesa es falsa. No solo porque los mercados laborales están colapsados, sino porque ese camino inhibe la autonomía, la creatividad y la acción.
A su vez, el populismo académico —que promete acceso universal al posgrado sin revisar calidad, pertinencia ni conexión con la realidad— crea legiones de estudiantes que creen que la educación los salvará por sí sola, sin trabajo interior ni esfuerzo verdadero. Víctimas eternas del sistema, sin herramientas para ser protagonistas.
Conclusión: más experiencia, menos etiquetas
No se trata de negar el valor del conocimiento, sino de cuestionar el fetichismo del título. Las maestrías y doctorados pueden ser útiles si están al servicio de un proyecto vital, si responden a una necesidad real, si alimentan una vocación. Pero cuando se convierten en sustituto de la experiencia o en instrumento de estatus vacío, se vuelven una trampa.
México necesita menos “doctores” sin calle y más ciudadanos con sabiduría, más líderes con visión práctica, más creadores, emprendedores y hacedores. Porque el futuro no lo construyen los que acumulan diplomas, sino los que transforman realidades.
