Rococó Café, entre las 11 mejores cafeterías del mundo: el arte de identificar al cliente como camino a la excelencia (versión en español y francés).

Marisol Rodríguez del Toro

A continuación mi segunda entrega sobre mi testimonio del desarrollo de la que es mi cafetería favorita.

En un país donde muchas veces se subestima lo propio, Rococó Café se convirtió en una de las once cafeterías del mundo “dignas de ser peregrinadas”. Este reconocimiento no llegó por azar ni por moda, sino por algo mucho más profundo: el respeto absoluto por el cliente y una devoción a la excelencia que nació desde la identificación personal de cada visitante.

Desde su origen, Rococó ha dado lo mejor de sí. Pero fue cuando comenzó a reconocer entre sus clientes a quienes regresaban, a quienes se volvían habituales, que la exigencia creció. Cada rostro conocido era una promesa de calidad renovada, un pacto implícito de hospitalidad que se renovaba con cada taza servida.

La voz se corrió. Y con ella, llegaron personalidades del arte, la cultura, la política, el ámbito empresarial y social. ¿La política del lugar? Nunca invadir. Jamás pedir selfies ni autógrafos. El respeto como regla inviolable. Y eso generó algo poderoso: la confianza. Las y los visitantes no solo se sintieron seguros, se sintieron en casa.

Pronto, Rococó fue parte de oficinas, conversaciones, redes sociales, eventos privados. Las invitaciones llegaron: hablar sobre café en firmas de arquitectos, en escuelas, en comunidades diversas. En 2010, “Memorias de un Barista” lo declaró el mejor café de la Condesa. TripAdvisor lo celebró con una reseña inolvidable: “El mejor café servido por los más mamones de la Condesa”… y el fenómeno explotó.

El New York Times lo ubicó en primer lugar de su ranking de cafeterías en Ciudad de México. Luego, Al Jazeera realizó un reportaje elogiando su política de no permitir guardaespaldas: una muestra de paz, confianza y normalidad en una ciudad muchas veces malinterpretada.

Rococó se volvió leyenda. Y un día común, una revista cambió todo.

Una mañana, un cliente llegó con una revista llamada “Escala”, distribuida en vuelos internacionales. Dijo: “Muy merecido”. No entendíamos por qué. Horas después, llegaron más personas con la misma publicación. Felicitaban. Sonreían. Dejaban ejemplares sobre las mesas. Hasta que finalmente alguien la leyó.

En el centro, una periodista narraba su travesía global visitando las mejores cafeterías del mundo. Analizaba la decoración, el trato, el perfil de taza, el servicio. Y ahí estaba Rococó, descrito con detalle y admiración. Pero al final del artículo, lo inesperado: un Top 11 mundial. Rococó Café figuraba como uno de los once lugares en el mundo dignos de ser peregrinados.

No era fama. Era devoción.

La noticia se colgó con orgullo en la entrada del café, al estilo pueblerino. Clientes de todo el mundo comenzaron a llegar. Se crearon menús en inglés y francés. El peregrinaje era real.

Pero en México, donde a veces duele el éxito ajeno, llegaron también los escépticos: “A ver si es cierto que son tan buenos”, decían, con tono de autoridad. No analizaban. No escuchaban. Dudaban. Porque para algunos aún cuesta aceptar que un café mexicano, con baristas mexicanos, con visión mexicana, puede ser el mejor del mundo.

Rococó no respondió con arrogancia. Respondió con generosidad. Y de esa reflexión nació la Academia de Artes y Ciencias del Café, un centro de formación para compartir el conocimiento, para que haya más cafés dignos de admiración global.

Porque el verdadero prestigio no es tener la cima para uno, sino hacerla accesible para todos.

FRANÇAIS : Rococó Café, l’une des 11 meilleures cafétérias au monde : l’art d’identifier le client comme chemin vers l’excellence

Dans un monde où tout va vite et où le service est souvent impersonnel, Rococó Café s’est élevé, à force de travail et d’humanité, parmi les onze meilleures cafétérias du monde « dignes d’être pèlerinées ». Ce n’est pas un hasard. C’est le fruit d’une politique d’accueil où l’identification de chaque client est sacrée, et où l’excellence est un engagement quotidien.

Depuis ses débuts, Rococó a toujours visé l’excellence. Mais c’est en reconnaissant les habitués, en construisant une relation personnalisée, que l’exigence de qualité est devenue un acte de fidélité. Chaque visage connu méritait la meilleure tasse, le meilleur service, la meilleure ambiance.

La rumeur s’est propagée. Des artistes, intellectuels, politiciens, entrepreneurs ont commencé à s’y retrouver. La règle d’or du café ? Aucun autographe, aucune photo, aucun dérangement. Juste du respect. Cette discrétion, rare dans ce monde hyperconnecté, a créé une atmosphère unique : la confiance.

Avec le temps, Rococó est entré dans les bureaux, les réseaux sociaux, les projets privés. Des conférences sur le café ont été données dans des écoles, cabinets d’architectes, entreprises. En 2010, Memorias de un Barista l’a déclaré meilleur café de la Condesa. TripAdvisor l’a immortalisé avec une critique devenue culte : « Le meilleur café servi par les baristas les plus snobs de la Condesa ».

Puis le New York Times l’a classé numéro un à Mexico. Al Jazeera en a fait un reportage, saluant la politique d’interdiction des gardes du corps : un signal de paix et de convivialité dans une ville souvent perçue comme dangereuse.

Rococó est devenu une légende. Et un matin, tout a changé grâce à une revue : Escala.

Un client a félicité toute l’équipe en laissant la revue. Puis d’autres sont venus. La même revue, les mêmes félicitations. On a fini par la lire. Au cœur de ses pages, une journaliste racontait sa quête mondiale des meilleurs cafés. Et Rococó y figurait avec honneur. Mais surtout, à la fin de l’article, un classement bouleversant : un Top 11 des cafétérias du monde dignes d’un pèlerinage. Rococó en faisait partie.

Ce n’était plus de la notoriété. C’était un symbole.

Le café a affiché fièrement l’article à l’entrée. Les voyageurs ont commencé à affluer. Des menus en anglais et en français sont apparus. Rococó était devenu un sanctuaire.

Mais au Mexique, certains ont vu le succès avec suspicion. “Voyons si c’est vraiment si bon”, lançaient-ils. Ils doutaient. Non pas du café, mais de la capacité mexicaine à briller. À exceller. À être reconnu mondialement.

Rococó a alors décidé de ne pas garder ce prestige pour lui. Il a créé l’Académie des Arts et des Sciences du Café : un lieu de formation, de transmission, pour que d’autres puissent aussi atteindre l’excellence.

Parce que le vrai succès, c’est de créer un sommet… et d’y inviter les autres à monter.

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