Detrás de las pantallas.

Por el manco del cerebro

Me acuerdo cuando las comunicaciones en público estaban exentas de palabras soeces y en general había decoro; sin duda, estaban ajenas al arrabalero lenguaje que ahora nos da la mal entendida libertad de expresión.


Y es que de pronto alguien decidió que eso no representaba la verdadera forma de hablar de las personas; y las editoriales se hicieron permisivas y los diálogos y las interacciones florecieron “más reales” dando carta abierta al lenguaje visceral y sin filtros.


Entonces pues, nos desbocamos y en privado nos autorizamos a elaborar argumentos sin escuchar las ponencias de los demás.
Esto, precisamente esto, truncó el diálogo.


Un «estas pendejo y vete a la chingada» no deja réplica; ya que no es un argumento, sino un insulto de una mente cegada por sus miopes visiones, incapaz de seguir el raciocinio de una idea diferente.

Y la gente se ha acostumbrado a expresarse sin hacer borradores, en diarreas incontenibles de participación virtual, obnubilada por el sonido de su propia voz, encandilados por la luz de sus brevísimos textos; emancipados del uso de la gramática y ortografía por el canje barato de caritas expresivas y por el anonimato que te da mentar madres detrás de las letras de sus teléfonos, irónicamente, llamados inteligentes.
Se necesita esa pausa reflexiva obligada que te da el leer un texto con secuencia de ideas para que puedas crear las tuyas, para que puedas hacer tuyo lo que acabas de reflexionar, o incluso, desecharlo.


Y quizás, un día, nos encontremos cara a cara y decidamos que somos más que comentarios rápidos que leemos con los dedos.
Y así, así nomás, alguien del pasado que encontré en el internet regresa a mi vida y quizás yo a la suya.
No es tan sencillo.


Después de recordar lo que tuvimos en común, como coincidir en tiempo y en lugar cuando no lucíamos arrugas; de refrescar en nuestras mentes episodios y personas del pasado; de reír hasta las lágrimas por situaciones que sólo comprendemos nosotros…Llega el momento de reanudar nuestras vidas y caminar por dónde venimos a nuestras realidades en donde la conexión volverá a estar en nuestros dactilares pero no en nuestras circunstancias.


Y pueda ser que nos den genuinas ganas de frecuentarnos o agradezcamos que no vivimos por el mismo rumbo, la misma ciudad o el mismo país. Y se vale, no todos somos romos y lijados, los habemos con aristas y granulados.


Pero si se amalgamaron los metales, los elementos adversos serán para sumar.


De manera que lo efímero de este encuentro, puede hacerse perenne si volitivamente nos interesamos en hacernos partes del presente de las personas que hemos saludado.


Cuéntame quién eres y te contaré quién soy.


Esto será determinante para pasar de la excitación cibernética a realmente agregar a esta persona a la cotidianeidad de nuestra existencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *