Dulce azar blanco y negro.

MANUEL GARCÍA ESTRADA

Texto para participar en «Palomazo Literario» por el día de muertos del Consejo Editorial Cordobés en Rococó BANCO CULTURAL DEL CAFÉ.

Sabía que estabas ahí, siempre, pero jamás pensé que podría verte y sentirte en cada segundo, en cada minuto.

Aprendí desde aquel día que me hizo pensar en cómo amarte sin saber que vendrías por otro corazón, apareciste yo sabiendo que ya habías llegado a reclamarme pero decidiste cobrar la factura de un modo más sádico; aprendí a sentir tu tortura durante noches y días para que te graduaras en dolor sobre mi piel y en cada célula cuando te anunciaste y a las pocas horas te evidenciaras.

Tuve terror, pánico, dolor, angustia, lloraba, sudaba y encanecí; volaba al intentar caminar como entre esferas vacías que me hacían zumbar los oídos mientras intentaba negarte y poseí todo aquello que me decían que era vida y que me hacen palpitar sobre trepidantes madrugadas entre sueños. Me prohibieron la tristeza para sobrevivir.

Supe entonces que ya no podía negarte cuando me descubrí plenamente infeliz y sin saber cómo fui rodando hacía tu encuentro, yo estaba callado y hacía lo habitual sin decir nada a nadie, comencé a sentir la sudoración de cargarte y empecé a visualizarte dulcemente, luces aparecían con enormes luminarias que decían que tenía que detener mi ruta hacia ti, esa ruta que día a día caminaba con tranquilidad y serenidad porque no tenía que hacer nada más que esperar.

Fatuo del pecho, con un peludo compañero muy pequeño que me hacía pensar en mi poder sobre su vida me paré frente al espejo desnudo, canoso, gordo, adolorido, desesperanzado, silencioso, poco ameno, sudoroso y aunque recorría los gustos de lo oscuro solo volaba hacia el atardecer diciendo que me hartaban todos juntos.

Me armé de valor, caminé y llegué al lugar que más miedo me daba, no me hallaba entre ellos, esos, los que veía y de los cuales me alejaba por pánico, por pena, pero me asumí como lo que soy, su igual, su mismo predestinado a morir por decisión sin uso de fuerza, sino sin ella.

Palabras iban y venían ¿Desde cuándo no eres feliz? Me preguntaron y una lágrima cayó desde el ojo derecho y me pidieron intentarlo de nuevo. Ser feliz. Sonreí.

¿Por qué no ser feliz de nuevo? ¿Por qué no vivir de nuevo si vivo con la muerte todo el tiempo?

Camino peleando día a día, aunque sé que caminas a mi lado esperando el momento de cubrirme con tu manto negro, blanco, lleno de azares, veo el mundo, te siento, a veces por momentos dialogamos muy temprano pero el sol o el gran volcán entre framboyanes y palmeras te ganan mi aliento que busco respirar eternamente aunque un día, lo asumo, me arrojaré a tus brazos para que me engullas muerte.

Vivo con la consciencia de tu aroma junto a mi oreja derecha, te observo. Pero no dejo de beber el agua que acompaña al pequeño y diminuto poder de la ciencia que me trago para saber que aún quiero vivir un nuevo día.

Nadie lo percata, a los que amo se les olvida, pero tú a mi jamás te me olvidas porque sé que reclamas mi alma y lucharé para no dártela. Reconozco, muerte, que dejé de temerte un mes de septiembre cuando el cielo más azul cerró su mirada para no verme jamás. Desde entonces amo la alborada llena de cobaltos venusinos que sonríen en fotos sabiendo que cuando decida darte la mano todo arderá para desaparecer no solo mi pasado, sino todos mis pasados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *