Educar sin adoctrinar

Gino Raúl De Gasperín Gasperín

Uno de los riesgos que se corren cuando se es maestro es el adoctrinamiento. Como el profesor representa la autoridad en el salón, es fácil dejar a un lado la enseñanza, la presentación de los materiales para aprender, los ejercicios de español, la retahíla de números y los cálculos de matemáticas, y destinar el tiempo a dar lecciones de moralismo.

Cuando se ejerce la enseñanza y no está destinada a explicar la realidad, a buscar la reflexión sobre lo que sucede en la vida, en el país, sino a tratar de inducir en los alumnos ciertas ideas, creencias o prejuicios, el maestro está adoctrinando, está tratando de inculcar sus propias ideas o las que les dicta el sistema educativo cuando este tiene un objetivo esencialmente político. Entonces la educación se convierte en adoctrinamiento ideológico. Y esta, lejos de formar integralmente al educando, lo despoja de su libertad, lo transforma en un individuo manipulable y la escuela se convierte en una herramienta de control social.

Esto puede suceder en cualquiera de las asignaturas. Cuando un profesor, argumentando la libertad de cátedra, se convierte en predicador y llega al extremo de preferir a aquellos alumnos que se muestran favorables a su forma de pensar, y llegan incluso a minusvalorar a los que le son diferentes, ese docente está olvidando que su tarea es hacer que los alumnos se preocupen por buscar el conocimiento, indagar, analizar, escudriñar, argumentar, razonar y rastrear la verdad a través de las apariencias.

Las clases de educación cívica, las que tienen por objetivo acercarse a la reflexión filosófica y todas las relacionadas por el análisis social no pueden desvincularse de la responsabilidad ética y social del maestro. La cátedra no es palestra para intentar convencer a los alumnos de que la propia ideología o la oficial es la suma de la verdad y que esas creencias propias deben constituirse en leyes generales.

La docencia tiene, por ello, una enorme importancia y trascendencia. Lo más fácil y atrayente es presentarse ante los alumnos como líder social, como poseedor de la sabiduría y tratar de elevar así su autoridad. Muchas veces se les presentan a los alumnos las formas más equivocadas de vida, de convivencia, de ejercicio del poder, de la actividad política con el ejercicio que de ello se hace en la realidad cotidiana. A los alumnos se les enseña el funcionamiento del gobierno y la historia política a través de medios de comunicación que presentan a los actores en enfrentamientos estériles, en abusos de autoridad, en actitudes antisociales y vulgares o abiertamente delictivas e impunes.

Si el maestro no logra ser inmune a la manipulación y no desentraña y devela el currículo oculto que contienen los programas, en el que se inculca un modo de pensar que, más que fomentar una sociedad democrática, sana y justa, induce a un modelo que solo es el modo de pensar de una fracción, de un grupo, de un partido político, los alumnos serán inducidos a ser replicadores de un sistema destructivo. Con un maestro ideologizado y adoctrinador, los alumnos se verán privados de una formación libre, analítica, tolerante, que los motive a reflexionar sobre los fines de la vida, los valores que deben cultivar para ser verdaderamente útiles a sí mismos y a la sociedad en que viven o, mejor, en la que les gustaría vivir.

Una vida sin reflexión no vale la pena, decía Sócrates. Y la reflexión debe empezar por el propio maestro de conciencia libre y que transmita a los alumnos “una visión real y no ficcionada del mundo… que estandariza al alumno para hacerlo una pieza más del sistema” (Un libro sin recetas para los maestros, 9), objetivo que tienen los proyectos educativos adoctrinadores.

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