Esperanza. La luz después del tiempo.
Mario recorre sus paredes todas las horas durante una semana entera, solo se introduce a recorrer los pasillos de la sinapsis, se busca y entre tanto halla otras historias de donde podría venir la suya.
Mario se piensa, recuerda, se narra.
Pasa el tiempo y sigo sin saber qué pasó en realidad, todo me lo contaron a modo y con el tiempo comencé a leer relatos de revistas o periódicos en donde se hablaba de lo acontecido, en ningún lado encontraba maldad de parte de las víctimas. ¿Por qué se callaron sobre los hechos?
El terror se aprende y refuerza de pequeño, como todos los niños de las víctimas nunca recibieron apoyo profesional, información con veracidad y el tema solo era tabú el trauma se convirtió en muchas cosas, sobre todo en neurosis. Algunos que fueron testigos con algo de conciencia resultaron los más dañados, a los que no se les relató nada las noches se convirtieron en sus monstruos haciéndole llorar a uno de ellos frente a la luna clamando por no morir, su madre le consolaba y quizás comenzaba a comprender que el daño estaba hecho pero no sabía como arreglar el asunto.
¿Qué pasó? Una tormenta de acusaciones y abuso, de violencia en medio de una riqueza inmensa y una ignorancia al parejo. Rayos y centellas inundaron casas con balazos y murieron muchos más de los que han sido contados.
Todo comenzó en la vieja cantina donde por tonterías unos jóvenes malcriados y con el dinero suficiente para sentirse dueños del mundo riñeron con su alter ego. Uno que no era precisamente el más pacífico del lugar. La envidia era el bálsamo que recorría las calles de la agonizante comunidad que jamás ha probado la felicidad.
Nadie explica ni narra correctamente esos días posteriores que culminaron en una bala en la frente del motor energizante de la historia de donde vengo.
Cuando la fuerza del hombre es la cabeza de un clan todo en la aldea se desvanece y así fue, mientras los gatilleros aguardaban defendiendo los perímetros los otros recorrían las callejuelas implantando el terror. Todos los colaboradores del clan pagarían con su vida su lealtad.
La lealtad existe pero es castigada, sería mi primer pensamiento, motivo por lo cual no existe la posibilidad de tenerla porque la factura es cara y ¿cómo confiar cuando un amigo entrañable es quien entregó la cabeza de los muertos?
Es terrorismo psicológico para siempre a menos que se trabaje con mucha terapia y reflexión, pero nadie de las víctimas tuvo soporte, solo una logró llamar la atención ante su terrible dolor convertido en depresión maniaca que le permitió ser encerrada para estabilizar su psique y comenzar a vivir drogada por tafil y diazepam.
Una muy pequeña víctima fue olvidada en la aldea, nadie se preguntó ni ocupó de su seguridad más que la abuela que la crió en la pobre casa de ese lugar, el resto salieron entre soldados y guardaespaldas con destino a una ciudad en otro estado. Esa pequeña sin padre ni madre, ambos silenciados con balazos creció y se convirtió en una mártir trascendida en heroína. De bajo perfil, su historia es la más valiente.
Huir, desaparecer, saber que saquean todo lo tuyo, lo roban los otros y los tuyos, los límites de las tierras se pierden y las bodegas se vacían, las lanchas se evaporan y el ganado se pierde. Solo lo que se tenían en las bolsas, en el banco, y el resto tenía que ser rescatado por los leales y los parientes honestos, eran los menos ya a esas alturas.
Yo no estaba ahí.
Fueron testigos del desastre los viejos y las madres y los que estudiaron lejos. Había a tantos que enterrar que era imposible ir a todos los velorios, menos cuando al asistir el siguiente en el ataúd podría ser un asistente solidario. Se inhumaron como se pudo. Entre dolor y gemidos, entre miedo y con los corazones arrancados. Nadie sabía si se podría volver a sonreír.
La distancia cuando no es tan lejana no sirve para nada, los otros lo sabían, así que no conformes con desmantelar al clan y echarlo de la aldea y tras las respuestas de un bandolero social protector de las víctimas fueron a buscar a los que comenzaron los tornados y cuando salían de un espacio lúdico los llenaron de metralla hiriendo a tres personas más.
Los otros prometieron no descansar hasta desaparecer a todos los sobrevivientes, viejos, adultos y niños, se prometieron bailar sobre la tumba de la matriarca y la huída fue mayor, no había gobierno, no había ley, maldito Estado que siempre ha estado al servicio de la maldad.
El valor de los sobrevivientes se manifestaba en la huída, personas extraordinarias los acompañaron hacia la salida y se fueron al desierto, todos, a vivir en la misma casa, todos. Menos los que eran el núcleo del primer acallado, esos se fueron salvaguardados por mujeres que prefirieron dejar todo atrás para intentar construir un futuro de alegría, hicieron bien, su audacia les trajo más belleza, amor y esperanza. El resto tendría que esperar al menos una década para estabilizar sus corazones.
Los menos valientes se llenaban de alcohol y de pastillas, los niños, otra vez, sufrían, eran tratados como objetos que se podían llevar y traer sin explicación alguna, en medio de todo la matriarca dañaba por su dolor a todos los demás, fatídicamente se convirtió en la culpable de todo y en la más odiada. Buscaba que todos sufrieran porque ella era la que más creía sufrir. Humillaba, engañaba, manipulaba, hería.
Los recuerdos de tener choferes, criadas, cocineras, nanas, picnic en el río, fiestas de derroche y salones de belleza cerrados para atender a las clientas se quedaba en el baúl de los que había que olvidar mientras la tranquilidad regresaba y la gran ciudad les abría las puertas. A los más leídos y estudiados el trabajo les llenaba, a los gandules solo el pensamiento de como acabar de desplumar a la matriarca y al patriarca los hacía pensar en estrategias de más robo, esta vez la diferencia es que se dormía con el enemigo.
Alcohol, desesperación, distancia del lugar de nacimiento, violencia, conformaban un entorno de locura ¿por qué la madre debía pegarle al niño si a ella nadie le había pegado de infanta? ¿Por qué humillar, chantajear y amenazar al niño si éste solo aspiraba a ser bueno como le decían en la escuela y en su hogar de origen tan católico? ¿Por qué tratar mal a quien no daba problemas en el salón sino todo lo contrario? A ese era el que más miedo le daba morir, parece que si había comprendido algo de lo ocurrido y solo no entendía porque él debía pagar los platos rotos de la ira, la tristeza, el dolor y la desesperanza.
El patriarca otra vez se quería sentir don señor, compró el auto más caro del momento para prestarlo a alguien más, tenía nuevamente chofer y una enorme casa con jardín; los tiempos de que el césped se ponía nuevamente verde llegaban sin tener la fuerza del dinero en cantidades enormes pero todavía había para mostrar. Para volver a contratar orquestas que deleitaran con pasodoble a los invitados.
La violencia entre algunos de los niños era obvia, nadie hacía nada, era «normal» que pelearan, que se humillaran entre ellos. Que engordaran con obsesión algunos y otros solo pensaran en ser adultos para abusar de la gente. Otros, los más pequeños, menos entendían la atmósfera y quizás por ello fueron los menos dañados.
Décadas pasaron y las aguas se calmaron aunque en el fondo del río lo turbio de aquel tiempo evolucionó en peores cosas para la aldea, tras una enorme escena épica el protector de las víctimas se enfrentó a gatilleros, policías y soldados, eran varios los que acuartelados ganaron en una casucha de madera contra un batallón de mercenarios. Poco tiempo después y fuera del sitio acabó cubierto de sangre frente al mar. La aldea sería entonces ya una «plaza» para narcos. Los tiempos de los rufianes y los bandoleros justicieros terminó.
Soy yo o el espejo del tiempo, se pregunta Mario. No lo entiendo con claridad, se explica a sí mismo. Quisiera llorar pero no puede, el miedo lo avienta contra los muebles de la resistencia y todos los fantasmas le animan a mantenerse a salvo, fuerte y listo para que nunca se ponga en peligro, para que no lo secuestren, hieran, amenacen, humillen o maten. Parece que entrenaron para otra guerra, una en la que él no cree ni creerá y que logró convertir el conocimiento en manual de supervivencia mientras se debate con terapeutas en la isla de la nada buscando tierra firme en continente para izar la bandera de su propia aldea y así despedirse con lentitud y alegría de la enorme vida que aún no comprende al cien por ciento.
Lo único que le queda es Esperanza y aún su viejo guardián que se la había robado da batalla para no devolverla. Esta batalla si la peleará Mario, ya fue mucho el saqueo por los traidores como para tolerar que este abusivo sujeto se salga con la suya.
Después de tantos muertos, de tanto robo, de tanto miedo, con tristeza y coraje, con fuerza y apropiándose de la esperanza, Mario solo observa la luz después del tiempo.
Manuel García Estrada