Los cobardes están de moda.

Héctor Vargas

<<No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma>>

Jiddu Krishnamurti

<<El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma>>

Aldous Huxley

Desde que se decretó la crisis sanitaria mundial por Coronavirus en marzo de 2020, en la mayor parte del mundo se ha buscado imponer -y en casi todos los países se ha logrado con notorio éxito- una moda abyecta que, sin exagerar y si continúa expandiéndose, podría acabar con la civilización humana tal y como la conocemos: La moda de la cobardía.

Todo lo que hemos visto y escuchado desde el inicio de los confinamientos va en ese sentido. En la mayor parte del planeta, una sola orden se repite sin descanso: «Ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo, ten miedo». No importa si la consigna viene de un político, ni si éste es alto funcionario o un personaje de medio pelo; da igual si es de izquierda, centro, derecha o pertenece a alguna corriente de extrema o ultra. No importa si quien lo dice es un activista o periodista reconocido, un improvisado o un principiante, un «chairo» o un «fifi», un lector de teleprompter eternamente alineado al sistema o un seudorevolucionario de café que ha hecho trabajo de alto riesgo; tampoco si trabaja en un medio corporativo, si navega con una falsa independencia, o está en un medio pitero que no llega ni a las tres visitas o visualizaciones… No importa si quien habla es una dentista posona sin el más mínimo conocimiento de epidemiología, medicuchos fascistas con vocación de standuperos chafas, santones más falsos que un capítulo de La Rosa de Guadalupe, o manipuladores-vampiros emocionales que a cada instante desparraman pronósticos de pánico o melodrama trasnochado; funcionarios hipermediocres que se creen el galán o superhéroe que México necesitaba, influencer pendejos inflados con millones de bots, faranduleros de las televisoras, o un seudointelectual patrocinado por alguna farmacéutica o por el Estado… En cuanto a la propaganda del pánico sanitario, todos ellos están tan bien coordinados y entrenados que su capacidad para sincronizarse bien podría ser la envidia de cualquier ejército de un régimen totalitario.

El miedo, el pánico, el terror, la obediencia, la ausencia absoluta de crítica y autocrítica, los fanatismos seudocientifícos y seudosanitarios, el dogma, las violaciones constantes a los más elementales derechos consignados en nuestra Constitución, y los autoritarismos de facto, parecen ser esenciales y un cordero -perdón, ciudadano- bien adaptado a esta distopía que los líderes mundiales llaman «nueva normalidad», debe no solo observar estas aberraciones sin asombro o inconformidad, sino también militarlas, participar activamente en ellas, aplaudirlas y en caso necesario, exigirlas sin pensar en nada más. En caso de que la imposición del discurso y pensamiento únicos conlleve abusos a los demás, fingir demencia. ¡Total, todo sea por nuestra salud! Ni Hitler, Stalin, Mao, Francisco Franco, o las dictaduras militares en la América Latina de los 70s del siglo pasado, lograron legitimar tan rápida y ampliamente el sometimiento a los seres humanos. «¡Viva la OMS! ¡Vivan las trasnacionales farmacéuticas!», podrían gritar orgullosamente los bien adaptados a esta nueva era mientras del otro lado del escenario, podríamos pasear el ataúd donde yacen la libertad, la valentía y el pensamiento crítico.

Además de nuestros más elementales derechos y del pensamiento crítico, libre y racional (que merecen análisis detallados y por separado), está en juego la valentía y el valor humanos, cada vez más infrecuentes en el ser humano. El miedo, que ya dominaba parcialmente desde hace siglos a los pueblos del mundo, hoy ha vuelto su dominio total e indiscutible.

El miedo perdió el halo de vergüenza y estigma que cargaba desde que existe, y se convirtió en un emblema, un símbolo de orgullo, responsabilidad, solidaridad y conciencia. El miedo se volvió omnipresente, omnívoro, y le quitó máscaras y disfraces a todos aquellos que se entregaron a él con devoción. Se generó una redituable industria del miedo: Cubrebocas, toallitas limpiadoras, toneladas de papel higiénico, tapetes sanitizantes, cloro, guantes, caretas de plástico, lentes tipo gogles y el clímax de la mercadotecnia se alcanzó con la terapia de jeringas, cuyos multimillonarios contratos con los gobiernos del mundo brillan por su opacidad pero que, a juzgar por lo poco filtrado, se convertirán en multimillonarios endeudamientos para los ciudadanos del presente y futuro.

Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que la Organización Mundial de la Salud y las farmacéuticas trasnacionales tomaran el control absoluto de la situación. Los funcionarios de salud de cada país -entiéndase Gatell, Alcocer, Zoé Robledo (Mx) , Fauci (EEUU), Simón (España), o el del país que usted guste- se convirtieron, en el mejor de los casos, en simples repetidores de lo que dijeran los organismos mundiales, honorables fotocopiadoras destinadas a reproducir constantemente el mismo script, incapaces -por decisión consciente o ineptitud- de tomar una decisión propia o estudiar por si mismos la situación (lástima de sueldos, inalcanzables para la mayoría; lástima de licenciaturas y posgrados de muchos de ellos); en el peor de los casos, algunos de ellos quedaron reducidos a meros publicistas de corporaciones farmacéuticas, sin el menor pudor o disimulo de convertirse en mercaderes sin ética alguna.

Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que pararan casi por completo las economías de todos los países, sin importar cuántos millones de personas murieran de hambre, se suicidaran, enfermaran mentalmente o que enfermaran físicamente gracias al sedentarismo y la mala alimentación que caracterizaron los encierros o por falta de atención médica a otras enfermedades, ya que todo se volvió C°v1d; tampoco importó que la mayoría perdiera sus empleos o negocios (a veces, proyectos de toda una vida o el único sustento de familias enteras); que desertaran de sus estudios (por no poder adaptarse psicológicamente a la escolarización digital, o porque la familia lo perdió todo, y los niños o adolescentes tuvieron que ponerse a trabajar)…

Por miedo al contagio,la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que la salud pública le cerrara las puertas a los diabéticos, seropositivos, enfermos de cáncer, hipertensos, leprosos; toda la atención se concentró en una sola enfermedad. Se postergaron e incluso se cancelaron, tratamientos médicos, consultas, quimioterapias, cirugías urgentes… La atención para otras enfermedades fue escasa, casi nula. ¿Cuánta gente murió o se le agravó su enfermedad? ¿Cuántos de esos mismos enfermos o sus familias, son conscientes de ello? ¿Qué tan efectivo habrá sido el trabajo de propaganda, que muchos de ellos callan y creen que valió la pena que su enfermedad empeorara, «por el bien común»? ¿Por qué prácticamente ningún político o celebridad habla de esos afectados?

Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos estamos aceptando un mundo y una era sin abrazos, sin besos, sin caricias, sin comunicación a través del cuerpo, la piel, la cercanía, el tacto o los sentidos; un mundo sin poder ver sonrisas, muecas y sin rostros completos que nos diferencien unos de otros; un mundo sin debate, sin contraste de ideas, sin disensos, sin libertad, diversidad y pluralidad de pensamiento; un mundo donde ya no se mide tu capacidad intelectual para obtener un empleo o ingresar a una escuela, sino tu obediencia al discurso único y donde te condicionan por cubrirte nariz y boca con una bandera que grita «Expertos, creo en ustedes» o con la terapia jeringuíca… ¿Te la pusiste, sigues todas las medidas al pie de la letra, las promocionas con devoción y fe, y piensas que a los que no se la pongan deberían desterrarlos, encarcelarlos o matarlos? El mundo enfermo y triste que se está construyendo seguro te dirá: «Felicidades, estrellita en la frente». ¿Te la pusiste y promocionas la versión oficial y sus medidas, pero crees que se debe respetar a quienes no lo hagan? Mal, media estrellita. ¿No te la pusiste y además pones en duda las medidas y el relato oficial global? (Música de espanto): ¿Cómo te atreves? ¡Asesino! ¡Irresponsable! ¡Inconsciente! ¡Ignorante! ¡Negacionista! ¡Conspiranoico! ¡Prófugo de los infiernos! ¡Desestabilizador social! ¡Hereje! ¡Apóstata! ¡Pecador! ¡Bioterrorista! (En julio de 2020 el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, llamó «bioterroristas» a quienes regresaran del extranjero con c°vid) ¡Terrorista! (El gobierno alemán considera «terroristas» a quienes disienten de la información oficial y les da seguimiento como tales. Biden, de nuestro país vecino, recientemente ha dado discursos en el mismo sentido).

Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que se nos culpe de la salud de todos, cuando la salud es en primera instancia una responsabilidad individual y de los sistemas de salud pública de cada gobierno.

Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que los niños vuelvan a clases presenciales -los pocos que volvieron-, temerosos, contaminados por la paranoia de sus padres, medios de comunicación y autoridades, que constantemente les repiten «No toques a nadie, te vas a morir, vas a ser culpable si nos morimos o muere tu abuelita»…

Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que en municipios como Mazatlán (Sinaloa), estados como Quintana Roo o en cadenas como Liverpool, estén condicionando el acceso con tu pase de obediencia (perdón, de inoculación); el mismo que en el país de la bandera de la estrella de seis puntas, tendrán que renovar con más pinchazos, cada seis meses, según declararon sus autoridades en días pasados. Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos aceptamos que algunas empresas, fábricas, comercios, sindicatos, dependencias de gobierno, hospitales, restaurantes, centros comerciales y escuelas estén condicionando la permanencia de sus integrantes, si pasan por la aguja o no. Por miedo al contagio, la muerte, a la crítica o burlas de los convencidos, o a las diferentes formas de represión de las autoridades globales o de cada nación, todos callan, minimizan -en algunos casos, hasta festejan- lo que ocurre en Francia, Australia o Argentina (Formosa), con inoculaciones forzosas incluidas, represiones brutales a los disidentes, policías que a cada instante revisan que traigas el rostro cubierto o que tengas actualizado y a la mano tu pase de obediencia, y centros de reclusión para disidentes, para quienes no acepten el piquete, o para quienes den positivo. ¿Qué carajos le pasa a una sociedad que acepta esto? ¿Qué tan podridos debemos estar, para haber normalizado este estado de emergencia global permanente que justifica cualquier atropello? ¿Acaso nadie piensa hacia dónde nos puede conducir tanta locura? ¿Por qué a nadie le importa? ¿Acaso ya se perdió la capacidad para pensar lo que puede ocurrir a largo plazo? ¿Dónde chingados quedó la cordura, la prudencia y la capacidad de cuestionar?

¿Dónde está la ONU? ¿Dónde está la Comisión Internacional de Derechos Humanos? ¿Dónde está la CONAPRED? ¿Dónde está la CNDH? ¿Dónde están todas las ONGs, académicos y periodistas que se llenan la boca diciendo que defienden los derechos humanos? ¿Dónde está esa sociedad mexicana que gritaba «Fuera Televisa», «Apaga la tele, enciende tu mente», que cuestionaban las versiones oficiales de los medios de comunicación hegemónicos, y que protestaban por justicia para Tlatelolco, Ayotzinapa, Nochixtlán, Atenco, el fraude electoral de 2006, la guerra contra el narco y la guardería ABC? ¿Todos tienen miedo, o todos están realmente convencidos de que todos los gobiernos nacionales y organismos globales nos están diciendo la verdad y están actuando con honestidad? ¿Qué le pasó a esa sociedad que en 2018 festejó masivamente el triunfo de AMLO creyendo que la 4T reivindicaría la justicia, la libertad y los derechos de todos, y hoy no solo son incapaces de caminar sin miedo sin un trapo en la cara a pesar de haberse pinchado, sino que exigen quitarle derechos a los disidentes, exigen más control y represión del Estado y están molestos con AMLO por considerarlo «blando» y «tibio» ante el c0vid? ¡Vaya huevos, poco cerebro y nula conciencia de clase hay que tener para pensar que fue demasiado «blando» que millones de personas se quedaran sin nada! ¡Vaya incongruencia de quienes se apuntan para marchar por cualquier caso mediático, pero que fingen no ver el lado oscuro de esta histeria! ¡Vaya cobardía se debe tener para desear que se reprima a quienes disienten del relato, con la excusa de preocuparse por todos! No son solidarios, ni responsables: Son cobardes. Y los cobardes no hacen país, ni democracia.

Nunca en la historia se había exaltado la cobardía como si fuera un valor. No lo es; en todo caso, la cobardía es un antivalor. Podemos verlo en la Historia, películas, novelas, series, leyendas, fábulas, cuentos e incluso, hasta en la telenovela más chafa que se le ocurra: Cuando algún personaje se deja dominar por el miedo, se vuelve abyecto, mediocre, pequeño, patético y le ocurren las peores desgracias que pueda imaginar, porque no solo las permite, sino que las espera y hasta puede creerse merecedor de ellas. En caso de ser un antagonista cobarde, su cobardía (o sus intentos de disimularla) puede llevarlo a destruir la vida de otros personajes, mentir, agredir, robar, manipular, conspirar, matar (otras formas enfermas de expresar la cobardía). Y el conflicto se resuelve hasta que la cobardía es vencida o superada: O bien el protagonista o personaje secundario supera su miedo y gana, o bien el antagonista es vencido por un protagonista que derrota la cobardía del villano. En ficción o realidad la cobardía es siempre el problema, el enemigo, la enfermedad; jamás la solución, la cura o la felicidad. ¿Qué hubiera pasado si los primeros hombres, por miedo, no hubieran cazado, ni recolectado para comer? ¿Qué hubiera pasado si, por miedo, los franceses se hubieran resignado a vivir bajo una despótica monarquía? ¿Qué hubiera pasado si, por miedo, jamás se hubiera peleado por los derechos de obreros, campesinos, homosexuales, negros, mujeres? ¿Qué hubiera pasado si, por miedo, jamás hubiera habido guerras de independencia o revoluciones? ¿Qué hubiera pasado si, por miedo, no hubiéramos aprendido a hablar o a caminar, manejar, ir en bicicleta? ¿Y si, por miedo, nunca hubiéramos tenido amigos o pareja, ni hubiéramos salido de casa? ¿Realmente la civilización humana hubiera sobrevivido si jamás hubiera enfrentado y vencido el miedo? ¿A quién le conviene que nos consuma el miedo, y por qué? ¿Será que un ser humano obediente y arrinconado por el miedo le conviene más a quienes quieren prescindir del trabajo del ser humano para la Cuarta Revolución Industrial?

Mi intención no es invitarle a que se arroje del Castillo de Chapultepec con el asta bandera cual si fuera Niño Héroe, ni que arrase con todo lo que encuentre a su paso… O al menos no necesariamente, ni mucho menos literalmente. Porque una cosa es ser valiente, y otra temerario o idiota.

La valentía es también inteligencia, y habrá que buscar caminos y estrategias para resistir y vencer la locura global que se ha instalado y que algunos quieren perpetuar. La valentía es amor a la vida y síntoma de un bien desarrollado instinto de supervivencia, el miedo es amor a la muerte en vida y síntoma de un instinto de supervivencia completamente atrofiado.

Por eso le pido que, independientemente de lo que usted piense sobre el bicho, venza el miedo. El miedo engendra autoritarismos de los que quizás después no podamos escapar; el miedo crea violencia y fomenta cobardes iracundos, como los dementes que arrojaban cloro a las enfermeras al inicio de la pandemia o los que agreden (verbal o físicamente) y piden persecución, a todo aquel que no se ponga el bozal o no se quiera inyectar. El miedo enferma, mata, daña el sistema inmune. ¿Quiere ser usted un clon como los que siguen la moda de la cobardía, o prefiere usted imponer una nueva moda, la moda de los que han perdido el miedo? La decisión está en usted, en todos y cada uno de nosotros.

Un comentario en «Los cobardes están de moda.»

  • el septiembre 8, 2021 a las 12:40 am
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    Está en Twitter o alguna otra plataforma Hector Vargas?

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