Los zafios del poder.
Por el manco del cerebro
-Estólido dile,
-Que no, no ves que a Estulticia le encanta quemarse la epidermis,
-Ya sé, pero es que no se ha percatado de que ya está bien, pero bien Morena.
Hay circunstancias que uno mismo no puede ponderarlas; como cuando te mueres, ya que no sabes que se te apagó la luz y no sufres por ello aunque es extremadamente difícil para los que tienen que lidiar con ello; lo mismo sucede con las estupidez, ya que el mentecato no sabe que es acéfalo, es como el agua salada, muy abundante, de hecho demasiado, pero a diferencia de esta sustancia líquida que está limitada por los continentes, los únicos limítrofes del irracional, son sus similares y pos nomás no dejan de escurrirse por todos lados.
Esto y su atrevimiento contribuye inconmensurablemente a su acción devastadora.
El imbécil es un ser que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un beneficio para sí, o incluso produciendo una calamidad.
No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que los memos abundan y además resultan personas funestas para la humanidad, precisamente por el desconcierto que causan y la imprevisibilidad de su comportamiento para quienes tienen una mente más o menos ordenada.
Es como el vecino al que vemos desde la ventana del segundo piso, que tiene a bien, salir a su jardín a defecar.
Este hombre ha dejado hace muchos kilómetros la frontera del sentido común y se ha adentrado tantísimo en el país de los cretinos que ya no sabe cómo regresar; simplemente está más allá de cualquier observación o comentario sensato acerca de sus erráticas acciones.
Por ello, que un reducido mental, alcance cualquier tipo de poder político, social o económico aumenta exponencialmente su poder nocivo. Y su número, como podemos comprobar día tras día en medios de comunicación y redes sociales, no deja de crecer.
Estos «vecinos» que están a estas alturas, no sólo más allá de la cordura, sino en fragrante necedad, son tan numeroso que pueden con su ejercicio democrático, poner en jaque nuestra forma de vida.
E insisten en que, precisamente es lo que pretenden: que cambien las cosas, que se terminen las mancuernas y asociaciones para que «todos» tengamos las mismas oportunidades y desarrollo. No es palabra de Dios, es palabra de Andrés Manuel y no es para alabar al Señor
Y encima de que son tontos de capirote, su voto vale lo mismo que el mío ¡Su voto patoso vale lo mismo que el mío!
Esta es sin duda una de las mayores injusticias del proceso electoral democrático: que no se toma en cuenta al votante sino su sufragio. Así pues, el voto del empresario, del doctor o del magistrado solo vale uno. Por más educado, concienzudo y calibrado que sea el voto. Su voto es simplemente equiparable a el voto de personas sin el bagaje educativo, cívico, cultual y acertado de los antes mencionados.
¿Cómo se podría neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana?
Encuentro indiscutiblemente cenutrio que no podamos detener estos comportamientos y falta de raciocinio de los que, al parecer, está resultando
más listos que nosotros.