Luz en medio de la calle.

Era 1995 y mi juventud me tenía contra la pared de lo positivo y las ganas de ser un referente, alguien que pudiera ocupar un espacio basado en el trabajo y la solidaridad. Eran tiempos en que la zona central de Veracruz se había convertido en mosaico de gobiernos de la alternancia y yo que siempre he creído en la democracia decidí apoyar esa diversidad con lo que tuviera en mis manos.

Una tía mía era amiga del nuevo presidente municipal de Ciudad de Mendoza, Veracruz; de extracción perredista, Enrique Romero Aquino, que me invitó a conducir el primer encuentro regional de rock con la casa de la cultura. Yo obvio dije que sí.

Ese día llegué al parque frente al palacio municipal de Mendoza con mi chamarra rockerona que había comprado en Dundas, Toronto, y mis lentes. La directora de casa de cultura me explicó el evento y me dio la tira de grupos a presentarse.

El festival comenzó tarde, obvio, estaba organizado todo muy amateur, el equipo de sonido era mínimo, pero los chavos de todos los tiempos siempre han buscado espacios para mostrar lo que hacen y están dispuestos a usar lo que  les den aunque miserable.

Entre grupo y grupo había que entretener al público para que no se desesperara, esa era mi labor. Después de una media hora comencé a oler las nubes de mota y a ver como se pasaban estopas con thiner entre la audiencia que además me ofrecía la droga, ya para ese entonces tenía ocho años al menos de que había sido voluntario en un centro de rehabilitación para toxicómanos y tenía muy claro qué sucedía con las sustancias. Todo lo que veía y olía me hicieron preocuparme porque no había guardias, policías, nada. Los chavos se subieron a un auto particular al que el dueño fue a retirar sin antes no llevarse una golpiza en el cofre y la cajuela mientras caían del techo muchos de esos chavos que drogados se levantaban como si nada.

Cuando vi que todo se estaba saliendo de control le dije a la directora de casa de cultura que cómo seguiríamos y ella decidió detener el concierto a lo que respondí que no podía ser inmediato porque se pondría en riesgo la seguridad de todos. Convenimos en anunciar que solo habría una banda más, cuando bajé del escenario vinieron a mi varios chavos que reclamaron la suspensión de la actividad y los envié con la directora de la casa de cultura para que les explicara.

Cuando subió la banda de «cierre»  las cosas se pusieron graves entre la audiencia, seguíamos sin policías ni guardias, nada. Decidí que debía irme porque nadie estaba para apoyarme, ni siquiera la gente del ayuntamiento o casa de cultura así que a mitad de la presentación me coloqué detrás del templete. En ese momento llegaron un puñado de jóvenes quienes comenzaron a quitarme los lentes y la chamarra, impedí ello un poco y cuando eran más decidí correr hacia unos negocios que vi cerca, al entrar a una taquería el dueño me empujó hacia afuera y me dejó a merced de unos 30 sujetos que comenzaron a golpearme, caí al suelo, me empezaron a patear cuanto quisieron hasta que se cansaron, nadie vino a detenerlos.

Cuando la golpiza terminó me levanté adolorido y vi solo oscuridad… caminé un par de pasos y en medio de la nada aparecieron dos sombras que se tornaron luz, una muchacha y un joven que me preguntaron cómo me encontraba, fueron los únicos que pensaron en mi y que buscaron ayudarme. Eran Rafa Gálvez de la banda La NunK Muerta Rebelión y la espectacular escritora Nati Rigonni, que en aquellos años ambos eran como yo, unos buscadores de espacio y que como yo deseaban ser totalmente ellos a través del talento.

Aquella noche caminamos a la comandancia en donde avisaron al presidente municipal del hecho, yo siempre he sido fuerte, aquella noche fue cuando lo descubrí totalmente, no me sacaron sangre, no me fracturaron y no pudieron aterrarme. Enseguida llevaron al que lideró la golpiza, lo señalé sin miedo, apareció su madre gritándome mentiroso, no reculé, le dije que si ella no sabía qué clase de hijo tenía era su problema pero esa noche, al menos, su hijo se quedaría tras las rejas.

Jamás he dejado de ser amigo de Nati y Rafa y cada que puedo los apoyo en lo que hacen, música y literatura, su gesto humano pocas veces lo he experimentado. Si la Humanidad se redujera a dos nombres seguramente ellos dos serían el referente.

Desde entonces cada vez que organizo una actividad masiva cuido antes que nada la seguridad de todos, staff y audiencias. Aunque me digan freak. No quiero que a nadie le pase lo que a mi me sucedió.

La cultura es maravillosa y sus actividades son emocionantes pero no por eso se deben hacer al ahí se van. Por eso no comparto la visión mediocre, aún vigente de gestores, promotores o funcionarios que por su ignorancia e idiotez dañan a personas con eventos mal organizados. Para mi son naquitos que tienen solo las ideas pedorras de hacer algo sin ton ni son o son simples burócratas desquitando una plaza que ganaron por cuota política. Solo trato con respeto a los preparados, a los de visión profesional, a los que saben qué quieren y para qué.

Hoy sigo apoyando y promoviendo a la cultura pero nunca jamás he tenido un saldo rojo. Ni siquiera cuando organicé en 1997 el rave masivo más grande de México, el primero con más de 10 mil asistentes, un mes más tarde me enteré que Alfa Radio hizo algo similar en ciudad de México con una pequeña diferencia, yo lo hice en Córdoba con puro talento local sin grandes estrellas de la música electrónica sino con talentosos y jóvenes dj que por estar fuera de la ciudad de México pareciera que no existían. Pero el talento y la bondad genuinos no importan, tampoco que no sean tan famosos, lo importante es que existen y que de verdad hacen del mundo una mejor experiencia.

Gracias Nati, gracias Rafa.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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