Mente enferma

Furtivo, deprimido, fuera de su territorio, manipulable, así entró Alberto al bar, golpeado por mil emociones con kilos demás, canoso, barbón, agobiado, contenía las lágrimas con el alcohol, así lograba sonreír y coger.

Se aproximó a la barra y pidió mezcal, se quedó viendo los vídeos y después a los hombres desnudos que bailaban en todos lados del local, intentaba ignorar la mirada penetrante de un sujeto que se había acercado a él pero que no le hablaba, Alberto no tenía la mínima intención de interactuar con él. Pasaba el tiempo y el tipo no pudo aguantar más las ansias de conocerlo y comenzó como todos los machos simples: preguntando el nombre, recibió respuesta y él se presentó diciendo que se llamaba Pedro.

Entre preguntas idiotas y música diversa con luces apenas iluminadoras Pedro se puso a las órdenes sexuales de Alberto pero comenzó a fanfarronear y a proclamarse intelectual, Beto comenzaba a aburrirse, era obvio que el sujeto sabía quien era y por eso llenaba sus oídos de discursos de cultura, arte, justicia pero al no ser genuino provocaba letargo y hasta gracia, dejó muy claro que era mayor a Alberto y que dedicaba muchas horas al gimnasio y que todo eso lo ponía como manjar gratuito.

En un momento cuando Pedro no lograba impresionar a su caza se llamó a sí mismo indígena y patriota, Alberto le preguntó que en dónde trabajaba y la respuesta fue que en una empresa trasnacional. Beto soltó una carcajada ante la incongruencia del tipito mamón que se ofendió tanto que trató de herir al que de por sí ya había entrado herido al bar. Eres un tipo viejo y deprimido abandonado de sí mismo, en cambio yo que soy más grande que tú estoy en mejores condiciones, y no te rompo la madre porque me das lástima -levantó el puño y lo colocó frente a la cara a Beto- mostrando un rostro lleno de furia. Alberto solo contestó a los alucinantes gritos de un pobre corazón roto: violencia, lo único que ofreces ante tu estupidez mental es violencia, yo no hago lo que quieras, soy libre. El cazador dio la media vuelta y huyó al cuarto oscuro para no salir de él en toda la noche.

Esa visita al bar le recordó a Alberto que el mundo es hostil y que la gente es generalmente caprichosa, que si no se hace lo que ellos desean se enojan y te consideran enemigo, pero permitiría que un pobre costal de músculos atiborrado de idioteces le echara a perder su intentona de retomar su vida y cuando bajó el bailarín desnudo se lo llevó a su casa, tomarlo y largarlo. Un hombre libre no se somete, no somete, pero sabe cómo hacer para decir aquí mando yo. 

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