Rechazar la pedofilia, una visión desde la semiología de la vida cotidiana.
La guerra entre los pro y los contras a la pedofilia es una conjunto de batallas donde lo que menos importa son los niños y deberían de ser lo fundamental para poder definir lo vigente y al futuro.
Hay que comentar, antes que nada, que la pobre educación sexual en donde la mayoría se encuentra genera controversias innecesarias, son los ignorantes los que menos debaten pero los más agresivos no solo en este tema, en muchos otros.
Si tenemos una sociedad llena de adultos que siguen creyendo que el sexo es pecado encontraremos gente que quiere acabar con el pecado, con quien lo define como pecado, con quienes hipócritamente están en contra pero practican la pedofilia en sus propios colegios.
La gente sin vida sexual plena raramente busca meterse en la vida sexual de los demás. Los que se conforman con lo que le dicen en los templos y que viven una auto represión permanente se asustarán de todo aquello que los lleve al placer, para muchos de estos sujetos hablar de homosexualidad es pecado, meterse dildos en vaginas es perversión, una orgía es fatídica, etc. Pero reflexionemos sobre algunas conductas que ahí están pero que no se aceptan:
El ano es la zona más placentera del cuerpo, en ella se concentran tantos nervios que si dios existiera el hecho de ponerle tanto cable de placer al culo lo haría una mala broma.
La llamada promiscuidad tiene muchos niveles y hay quienes deciden tener sexo con una persona viendo a otras fuera de una relación sentimental, hay quienes tienen muchas parejas sexuales, hay quienes tienen muchas relaciones sexuales con distintos individuos sin que se puedan catalogar parejas, practicantes de orgías gay y swinger gay o heterosexual y muchas bisexuales que se reúnen en hoteles, centros de encuentro y hasta en baños de terminales de autobuses.
Algunos tienen sexo con varias personas pero deciden casarse, seguir la misma práctica con o sin consentimiento del esposo o esposa y puede ser con gente del mismo sexo o no. Hay gente considerada promiscua porque tiene sexo con dos o tres pero hay quienes tienen dos o tres relaciones sexuales al día con gente diferente y desconocidos todos los días.
Algunos más tienen sexo en trío, usan dildos, droga, meten el puño, se escupen, se tiran del pelo, otros se visten con cuero -los leathers-, otros tienen sexo y se orinan y hay una infinidad de posibilidades para lo que debería ser alcanzar la plenitud sexual. Pero no todos los individuos buscan Ser, les gusta hacer y ellos deciden si paran o no un día en sus vidas, máximo en estos tiempos donde la tercera edad hace patente que su vida sexual sigue y en el mundo de los desinhibidos y audaces siguen haciendo de todo a los 70 años.
Ninguna práctica sexual nos debe hacer sentir mal, cada quien decide qué le da placer, obviamente hay un límite que lo brinda la ética: no dañar a la persona con quien se practica sexo.
Hay algo más, el daño a la otra persona no se reduce estrictamente a lo físico sino a lo emocional y mental y aquí es donde tenemos que aceptar que si un adulto tiene sexo con un niño, con una niña, lo daña.
De hecho un practicante de sexo muy experimentado generará daños emocionales a sus parejas novatas cuando hay mucha diferencia en cuanto al desarrollo del placer. No es lo mismo para un amante de los dildos meterse varios en una sesión de dildo’s party que para un primerizo que los encuentra demasiado atrevidos. Si no se habla, sin no se acuerda, antes de practicar el sexo el menos experimentado puede salir afectado creyendo que por sí mismo es incapaz de dar placer y que sus dolores anales lo incapacitan para tener relaciones en rol pasivo. Hay de todo, habrá quien se i9mponga nuevos retos pero habrá quien se deprima y sienta mal.
Pero hablamos de que todo lo señalado sobre sexo es entre adultos, imaginen el daño brutal a niños cuando son víctimas de abuso.
De entrada debemos considerar algo real: todo acto sexual de un adulto con un niño es abuso porque se está imponiendo a través de manipulaciones emocionales, físicas, de ames, porque un niño carece del discernimiento y cree en lo que le dicen.
Jean Piaget nos habla de cómo el cerebro de los niños se va desarrollando para entender matemáticas, las distintas áreas de las mismas, la comprensión del idioma y sus reglas, hasta que finalmente está listo para intentar comprender al mundo… eso incluye su desarrollo físico y sexual.
Un niño es incapaz de entender las prácticas sexuales, sus riesgos, afectivamente es víctima del adulto, siempre, y además su cuerpo aún no está listo para ponerlo a jugar sexualmente, eso ocurre, dice la ciencia, cuando los jóvenes no solo tienen vello púbico sino cuando ya han rebasado los 16 o 17 años e incluso a esa edad lo más sano emocionalmente es que tengan sexo, si es que lo buscan practicar a esa edad, con gente de su edad.
Hay infinidad de casos de cómo pubertos de 13 o 14 años comienzan a buscar sexo con sus maestros de escuela o estudiantes de grados más avanzados, pero eso no significa que estén listos para tener prácticas sexuales. Les da curiosidad pero sin educación sexual en las escuelas son el grupo favorito para los embarazos no deseados.
El hecho de que no estén listos para el sexo no les impide buscarlo, escabullirse en los baños de las terminales de autobuses, baños de las escuelas, meterse a bares, intentar ligar en parques o aplicaciones mintiendo sobre su edad. Entonces ¿en quién queda la responsabilidad de tener o no una relación sexual con un menor? En el adulto. Siempre.
El adulto tiene ya la capacidad de entender lo que sucede, motivo por lo cual debe respetar el desarrollo del joven para evitarle rompimiento de estructuras afectivas, emocionales, conductuales. Un muchacho, una muchacha, que carece de conciencia y comienza a coger puede pasar décadas enteras buscando quien le quiera o ame sin saber qué le pasó para ser tan infeliz.
Por respeto al otro, al que no tiene conciencia, por respeto a su desarrollo, el adulto no debe practicar sexo con menores de edad porque entendemos que son niños. Sé que habrá quienes a los 15 o 16 años estén aptos para iniciar una vida sexual más consciente pero desde la semiología de la vida cotidiana, insisto, lo mejor para esos jóvenes es que encuentren entre sus pares las experiencias.
La pedofilia es un acto que daña lo más profundo del Ser y al ser una practica de abuso humilla al menor. Lo daña mental, emocional y físicamente. Por eso se debe evitar a toda costa, el hecho de que haya quienes impulsen leyes para que los niños sean objeto de prácticas sexuales y no sujetos de las mismas habla de personas que ven a los niños de manera utilitaria y no como seres humanos.