Una vida entre letras y voces.

Manuel García Estrada
@ManuelGarciaES en Twitter

Yo amo los libros profundamente, los amo porque crecí entre ellos, en casa siempre hubo libros, sobre todo de historia pero debo reconocer que a los 5 años lo importante son las imágenes así que leí docenas y docenas de cómics –les decía cuentos- de Disney y Archie.


Mi padre lee el periódico todos los días, más de uno, así que siempre escuché comentarios inteligentes y críticos, él es un gran coleccionista de libros. Cada fin de semana mientras estuvimos viviendo en la ciudad de México lo acompañaba a la casa de los azulejos, al Sanborn´s de la calle de Madero  y ahí, mientras él veía cosas de la tienda, yo entraba a ocupar una mesa para que nadie nos la ganara, siempre ha habido muchos clientes en ese lugar. Recuerdo que cargando “El Universal” cruzaba el patio interior, entre las mesas, me sentaba en una silla, pedía un café y abría el periódico, a los 6 años, y todos los que estaban a mi alrededor me veían sorprendidos, quizás pensaban que era un enano.


Una tarde estando en una tienda departamental encontré un cómic maravilloso que tenía por protagonista a un francés rubio que era acompañado por un barrigón fuertísimo, esos señores son Astérix y Obélix y de ellos leí todas las historias que rebasan las 25. Con ellos aprendí el sistema de vida de los romanos, culturas como la helvética, la hispánica, la egipcia, la griega o la alemana de los tiempos antes de Cristo. Supe que era un decurión, un centurión, un césar y cuando creí que ya sabía mucho me topé con una niña de pelo esponjado capaz de volver loco a cualquiera con sus preguntas y viajé de Europa a América del Sur, encontré a Mafalda.


Mafalda revolucionó mi mente, me hizo cuestionar más y mejor todo, ella fue quien yo creo que me despertó. Jamás volví a ver al universo de la misma manera y cuando parecía que estaba yo siendo un adulto en infancia me topé otra vez con un francés, sólo que este era extraño porque veía las cosas de una manera extraordinaria, él me explicó cómo hacer amigos, cómo cuidar lo que amamos, me mostró a los otros que no me simpatizan, a los mediocres. Ese sujeto es rubio y como despeinado, era un pequeño príncipe… El Principito.


Ya en esos días combinaba a Mafalda, el Principito y a Astérix – a todos los releo aún hoy en día- con libros sobre la guerra mundial, los movimientos sociales de México y tuve otro despertar, todo eso que estaba aprendiendo no quería guardarlo y decidí expresarme. No lo hice con letras sino con sonidos. La lectura me convirtió en orador, en amante del debate.


Gracias a lo que leí y al impacto que me causó participé a los 11 años en un debate sociopolítico de la época de la guerra fría: socialistas contra capitalistas y estaba yo en el bando de los del “mundo libre”. Seguí leyendo, nunca me he conformado, y conocí a Marx, a Engels, a Hitler y a Stalin y a docenas de personajes de todas dimensiones. Después de leer y leer y con mucha experiencia en debates, discursos, movilizaciones sociales, servicio a los demás y transcurridos 28 años de aquel ejercicio escolar me encuentro más en la izquierda que en la derecha, aunque no creo ya en las ideologías, también pasé por las ideas anarquistas,quizás soy más anarquista viéndolo bien, pero sobre todo soy un demócrata.


En los libros he hallado miles de respuestas, gracias a ellos he conocido a Sor Juana, Elena Poniatowska, Constantino Kavafis, Gilgamesh, Ikram Antaki, Nezahualcóyotl, Espartacus, Romeo, Julieta, Sancho, Auden, Monsi, Saramago, Gabo, Carlos Fuentes y a muchos más pero en especial al poeta que más admiro, Walt Whitman, el hijo de Manhattan.


Hoy, a los casi cincuenta años de vida, me doy cuenta que vivo con la mente abierta y sonriente gracias a las palabras impresas que en mi boca se han convertido en mensajes para cientos de estudiantes de muchas universidades, escuchas de muchas estaciones de radio, en voz palpitante de mi corazón apretado por los sueños de un mundo justo y libre.


Ya en este camino de letras y voces recuerdo que el año más recio en mi vida fue 1991, en aquel enero di mi primer discurso público en la plaza de armas de Toluca contra la invasión a Irak y ese mismo año publiqué mi primer artículo en la revista de mi escuela, el Tec, y que fue una entrevista a la pintora Martha Chapa. Desde entonces no sólo leo sino que retroalimento al planeta redactando y hablando.


En este 2021 me siento orgulloso de ser lector y promotor de lectura, de ser gestor cultural que difunde a escritores y a pensadores. Me siento orgulloso de pertenecer a la larga lista de amantes de la escritura que ya tiene en la faz de la Tierra 6 mil años.


Hoy me queda claro que Gilgamesh es mi héroe, que el Principito en realidad es mi rey, que Mafalda es la mujer de mi vida y que Astérix y Obélix son mis camaradas eternos.

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