Zona Cero: Cuando un café se convirtió en hogar de todos.
En 2017 frente al parque España de la Condesa estaba ubicado el Rococó Café Espresso, tenía siete años de ser epicentro de la vida del café mexicano y referente de calidad del grano y confección de taza en todo el mundo. El 19 de septiembre lo que era un espacio dedicado al arte, la política y la degustación más exigente del aromático cambió durante 93 días.
La mañana del 19S el olor a café y a pasteles recién horneados inundaban la calle Juan de la Barrera, los coffeelovers bebían sus bebidas y a la 1 de la tarde había gente comiendo y tomando V60, Chemex y best macchiatos, había dos juntas, en una de ellas se hablaba de cómo apoyar a una agrupación de ciegos y en otra se hablaba de negocios, el resto platicaban de otros mundos.
A la 1 con 10 minutos junto a Rococó la legendaria peluquería AMÉRICA funcionaba al 100%, Carmen y su tío, muy mayor, atendían a los clientes, se veían en el parque a mamás con carriolas y de la escuela de enfrente se escuchaban a los niños jugar.
A la 1 con 12 regresaba de haber dejado en terapia a la hija de una amiga, caminaba por la calle de Atlixco hacia Rococó, al cruzar Juan Escutia comenzaron a sonar las alarmas de seísmo, sin pensarlo comencé a correr hacia Juan de la Barrera, al llegar a la esquina con esa calle todo comenzó a moverse, de hecho me falsee el pie por la inestabilidad del suelo, la banqueta se cuarteaba y del edificio negro junto a la escuela comenzaron a caer cristales de las ventanas, vi como se levantó la gente del café y caminaron todos hacia el parque, los de la junta de apoyo a ciegos dejaron al ciego adentro, una barista lo sacó, llegué a la cafetería mientras todo se movía y vi que no había nadie más, la máquina estaba apagada y seguí hacia los evacuados del local viendo como Carmen lograba sacar a su tío y no pudieron caminar más, se quedaron en el portal de la entrada de su local, comenzaba entonces a verse una enorme nube de polvo que salía del edificio de junto al nuestro, los niños del colegio avanzaban a media calle formados con los maestros para llegar al parque España, regañé a la conserje que iba llorando y rezando en pánico, le pedí que se controlara por los niños, los árboles se agitaban y el edificio Norten parecía que aplaudía debido a las persianas de metal que abundaban en sus balcones, voltee a ver el edificio donde vivía frente al parque y estaba entero y sin nada que se moviera. Mi whatsapp mostraba mensajes de mi hermano preguntando por mi, pero el movimiento seguía.
De pronto paró.
Todos en el parque estaban asustados, algunos lloraban, nos inundó un fuerte olor a gas, comenzó ahora el vaivén de moverse de un lado al otro del parque escapando de las nubes de gas. Dos modelos extranjeras comenzaron a fumar, les pedí que no lo hicieran. Molestas me dijeron que no se detendrían, levanté la voz y ahora se los exigí. Abrieron sus ojos y enseguida apagaron los cigarrillos. Reuní a los baristas y les pedí que mantuvieran la calma, les dije que teníamos que guardar las cosas y que los que pudieran irse a sus casas lo hicieran, una me preguntó sobre el cobro a los clientes, le dije que eso no importaba. Entré al café, solo se había caído la lámpara art noveau y la mujer escultura que sostenía la bombilla se había separado de la base, por lo demás ni una taza se rompió, ni una cafetera de cristal cayó. Todo estaba perfectamente en su lugar y no había una sola cuarteadura en ninguna pared. Solo no había luz.
Después de cerrar la cortina de Rococó fui por la joven que había dejado en terapia en casa de su sicóloga, llegué y las encontré en el marco de la puerta y regresamos al café, de vuelta ya se notaba el desastre, edificios a los que se les cayó parte de fachadas, paredes inexistentes que dejaban ver los departamentos, y mucha gente en la calle. En la avenida Juan Escutia una mujer tenía un ataque de pánico, sin pedirle permiso coloqué mi índice en la hendidura entre el hombro y clavícula y comenzó a respirar en calma. Dejé a la muchacha con mis baristas mientras llamaba a su mamá. Ella ya se trasladaba de su oficina por la Alameda central hacia la Condesa. El paseador de perros me llevó a Roco. Una media hora después apareció mi amiga para recoger a su hija, le entregué al perrito y le pedí que me lo cuidara. Fue entonces cuando subí a mi departamento, los libreros estaban en el piso, había cuarteaduras en un muro, tomé los discos duros de las computadoras, las carpetas con documentos, dinero y cerré la puerta. Bajé con mis maletas cruzadas al pecho y mis baristas y yo fuimos a recoger sus cosas y se fueron.
Me quedé sentado en el café con la cortina abajo, por primera vez en mi vida no sabía qué hacer. Tomé aire y de pronto vi pasar a Ricardo Monreal -jefe delegacional de la Cuauhtémoc- sentado en una moto y solo le grité «!Ricardo! !Fuerza! «. En ese momento llegaron los baristas del siguiente turno. Mi sinapsis comenzó a fluir de nuevo, abrimos, metimos las cosas, la bicicleta de uno de ellos y salimos hacia la avenida Ámsterdam esquina con Laredo, ahí se cayó un edificio, empezamos a hacer cadena para pasar escombros, vi a personal de la delegación trabajando en lo mismo, de pronto se inundó de jóvenes, salí de ahí al parque México en donde todo un operativo de ayuda había sido montado por los vecinos, era impresionante la fuerza civil organizada. Me pidieron que consiguiera cubetas para mover escombro y mesas para heridos, comencé a tocar cada puerta de los vecinos, «Soy Manuel, del Rococó» y explicaba lo que necesitaba. Nadie me dijo que no. En las redes comencé a publicar que toda la ayuda que pudieran traer sería recibida en el café. Lo que sucedió a continuación es increíble.
Regresé al café y mis baristas, no sé por qué, llegaron también y me preguntaron «¿Qué hacemos señor?» , tomé aire y dije «monten todo, mesas, sillas, floreros, como si no hubiera pasado nada, recibamos a toda la gente que no tenga dónde estar, repartan leche a los niños, repartan pan y hagan mucho té y café, denle a todos». Cuando Rococó abrió enseguida llegaron familias, niños con niñeras, el café se llenó. Eran las 3.50 de la tarde y seguían las colonias sin luz. A las 4 en punto regresó la luz, solo al café y a la peluquería de junto. Enseguida pusimos a disposición de todos los enchufes y la WiFi, la gente pudo cargar sus celulares y empezaron a hablar con sus familias y amigos, jamás sabremos porqué tuvimos luz en medio del desastre.
Las llamadas y mensajes por redes inundaron nuestra página de facebook, todos comenzaron a movilizarse para ayudar a la Condesa y pedían uno a uno, todo lo entregaremos al Rococó.
Al día siguiente por la mañana una clienta, Lucía Raphael, pudo pasar con su auto y estacionarse frente al café, llevaba tortas, sándwiches y mientras los bajábamos vimos pasar una enorme columna de estudiantes de la universidad La Salle, todos de playeras blancas y jeans con sus celulares en el ante brazo, iban de rescatistas, enseguida me paré frente a su paso y comencé a agradecerles a todos, su número de teléfono lo habían escrito en su brazo por si caían mientras quitaban escombros, ellos y su escuela fueron héroes de esas jornadas de horror.
Acordonaron la zona y en medio de edificios caídos el parque España, Rococó, eran la Zona Cero. En el parque se crearon 4 centros de acopio y ayuda pero la cafetería desbordaba de ayuda, la gente caminaba con agua, alimentos enlatados, café. Nos dejaban todo para que lo repartiéramos y así lo hicimos. Miles atiborraron la avenida Juan Escutia llevando lo que podían. Mi celular recibía llamadas con mensajes que me decían que estaban cerca y que no podían pasar, comenzamos a ir por las cosas que traían. De ahí que hicimos tiempo después una banca conmemorativa que dice: «Aquí tembló y vinieron miles a ayudarnos».
Día a día una serie de acontecimientos se fueron suscitando, de pronto los voluntarios no tenían equipo correcto para los rescates y la limpieza de escombros, me pidieron botas, guantes y publiqué en las redes lo que necesitábamos, desde Neza llegó un mecánico con sus propias botas de trabajo para que fueran usadas por los jóvenes, solo viajó desde allá para regresar con sus zapatos habiendo sido solidario. Nunca supimos su nombre, no quiso decirlo. Por gente como él creo en mi país.
Rococó se convirtió en hogar de todos los voluntarios y vecinos. Un hogar de apoyo para todo aquel que se sentía solo, triste, agobiado o que necesitaba lavar trastes. Para todos estuvo una cafetería que olvidando sus reconocimientos y logros solo se erigió como centro comunitario al servicio de la gente.
93 días entre soldados, médicos, estudiantes, voluntarios incasables y obsesionados por rescatar, terminaron cuando el último centro de acopio del parque fue cerrado por la autoridad, ya no querían irse del área, pero había que aceptar que los muertos ya habían sido rescatados y que era hora de creer nuevamente en la vida, ya los cantantes de ópera y los chamanes que sahumearon la Condesa se habían ido. Rococó ahora iniciaba un programa de normalización de jazz y ópera para reactivar la vida en los parques, los hicimos en la Plaza Río de Janeiro y en el parque España.
Hoy agradezco a vecinos, amigos, clientes, estudiantes, soldados, médicos, autoridades de todos los niveles de la Cuauhtémoc, por la gesta heroica y valiente del 19 de septiembre de 2017.
Por todo lo narrado cuando vino la «pandemia» del 2020 sabía que no nos vencería la propaganda y la campaña de terror que sembró Claudia Sheinbaum, por todo lo sucedido en 2017 nunca dejé de creer en la gente pero me di cuenta de que la manipulación fue grande porque de un pueblo que se une para vencer desgracias los medios de comunicación los hicieron un dócil rebaño lleno de cobardes que parecía que se les olvidó el carácter y la fuerza que tenemos para enfrentar lo que sea.
Cuando algo se presente como problema, dificultad o amenaza recuerda que debemos creer en nosotros y en nuestra capacidad de hermanarnos para vencer todo tipo de monstruo, incluso, el peor de todos, el que habita en la mente.