Coloquio entre Uno y Luna.

Y es así,
como una pequeña historia
se comenzó a escribir
entre dos desconocidos,
aparte en su mundo,
que por un latigazo
los reconoció el destino.

Sin amor y sin gloria
ha girado la noria
de la fortuna,
comenzando a ascender
a dónde los pálidos
rayos de Luna
comienzan a inflamar
de mística lumbre celeste
el corazón de al menos
uno, de ellos.

Ese Uno,
montado sobre la rueda
de la ventura,
asciende hacia el cielo
en posición supina.

Con ojos llenos de vacío
se ha enamorado de Luna,
se ha dejado seducir
por el velo pálido
que recubre
sus toscas y afiladas
formas;
cuchillos nacarados
que han penetrado
lo más hondo de su pensamiento,
y lo más suyo de su carne.

Ese Uno
con ojos llenos de vacío,
y con lágrimas transparentes
transmutadas
por el mutismo lunar,
pregunta entreverado
a Luna:
-¿Luna, por qué no puedo quitarte los ojos de encima?
-Luna no contesta.
-Oye, ¿por qué quitarte de encima los ojos no puedo.
-Mira luna,
que has transformado mi gimotear
en un acto de sinceridad…
Luna no le responde
con palabra alguna,
sólo deja un silencio
que abre un abismo
en Uno,
un vacío
que produce más deseo.

Luna habla, pero no dice nada:
en absoluto y llano silencio.
Luna sólo se le impone magistral
mediante una pregunta
cuya respuesta prefiere callar.

Luna está callando
con mucho sigilo,
lo que Uno quisiera oír,
y sólo danza callando sus palabras;
danza en su propio eje,
sólo orbita,
orbita y no dice nada.

Luna mira a Uno
con ojos llenos de noche,
una noche estrellada,
plena de testigos siderales
testigos de artesanos solitarios

que constelaron

y la vía láctea que

de su sudor y entrañas, gestaron.
Trazos de telarañas perleadas
de caligrafía estelar
en el cual reposar y repasar
lo que el cuerpo grita
cuando los labios callan.

Uno se pierde
ante los ojos de Luna,
encontrándose
en el espacio sideral,
suspendido entre
galaxias,
vías lácteas,
hoyos negros
y polvo de estrellas.

-Oye Luna,
¿Por qué no puedo dejar de mirarte?

Y Luna no responde,
pero se enrojece,
y su mirada baja,
y su sangre tiñe sus mejillas,
y lentamente,
debajo de su pálido velo
empiezan a correr ríos de sangre
humedeciéndo su desierto argentino
a causa de los rayos solares.
Llega el agua escarlata y la embiste
irrigando cada una de sus grietas,
logrando que se respira un alivio liso y llano.
al igual que Luna,
la sangre de Uno irriga su faz,
impregnando cada uno de sus poros
y dilatándolo con la lentitud
de una gota de rocío
deslizándose en una hoja
llegada la alborada.

Luna enmudece,
mira a Uno
con ojos llenos de sangre.
sonríe tímidamente
con la mirada baja
y con las mejillas al rojo vivo,
la vida brota por sus ojos
iluminando la bóveda celeste
con un radiante espectro escarlata:
-Luna, muchas palabras
te podrás callar,
pero son tus colores,
tus colores
escarlatas, carmesíes, vermellones
los que te delatan.

-Luna,
en rojo…
que te quiero en rojo.
Tan lejos estás,
aunque cerca te concibo;
Tu hermoso espectro está
al alcance de mis ojos,
de la profundidad de mi mirada
quiénes autoerotizados
llenan mis ojos de lágrimas de gozo,
de gozo experimentado.

Pero tu piel…
tu piel nacarada
porosa como la escarcha
la concibo tan arcana
a tantas lenguas de mi tacto,
flotando taciturna
en el océano nocturno,
donde sólo me es permitido
zambullirme
cuando entre plumas
de ganso coloco mi cabeza.

-Luna,
¿Algún día podré tocarte?
¿Podré hacerte cráteres con mis dedos

en tus arenas de marfil?
¿Podremos mezclar
nuestros aromas,
nuestros humores,
nuestros sabores?
-Luna,
¿Algún día petrificarás
mi lengua con tu escarcha lunar,
y de mi habla me privarás?
-Luna,
luna,
luna,
responde….
que una palabra tuya
bastará para sanarme.

-Luna,
Dame tu sonrisa
flanqueada
por tus mejillas escarlatas,
y nunca te quitaré
 los ojos de encima,
y así,
siga hiriendo
a las hojas de mis libros
con poesía
absurda y pretenciosa
de explicar
lo enteramente inexplicable.

Y es así,
como una pequeña historia
fue escrita
entre dos desconocidos,
aparte en su mundo,
que por un latigazo
los reconoció el destino.

Comenzando
con un silencio estruendoso;
que terminó
en un escándalo enmudecedor.

Pasó el tiempo,
y Uno comenzó
a perder la sonrisa
y el brillo
de sus ojos se desvaneció.
Le parecía odiosa
la figura enmascarada
de Luna.
Lo que alguna vez fue vida,
ahora fue muerte:
la sangre vivificante
se transformó
en gangrena mortificante.

Luna
ahogó su voz en el silencio,
en medio del estruendo
de las voces de su averno.
Gemidos, alaridos y latidos
de su frágil corazón
le hacen callar su pasión.
Calla,
mientras por dentro
se quema;
su rostro se enrojece,
traicionando
su puesta en escena:
bien dicen:
«hay flamas
que ni con el mar…»

Uno
está confundido.
y mirando a Luna
se da cuenta
que por las grietas
de su lengua comienza
a irrigar el zumo amargo
de la revelación;
de revelar
que Luna
no fue más que un oasis
de sueños mojados,
un océano nacarado,
de mentiras piadosas
que acunaron
al ritmo de sus olas
deseos de noches de verano,
que irrealizados,
fueron petrificados
en sus arenas argentinas,
como estatuas de sal,
blancas y corrosivas
como la cal.

Uno,
con lágrimas en los ojos
aguas llenas de congojas
le dice por última vez a Luna:
-Luna,
no aguanto más,
de tus mentiras
harto estoy,
de tu voluntad de plástico
que como bolsa desechable
de supermercado
se eleva,
se cae,
se levanta,
y contamina:
es tu débil y voluble
voluntad,
que como plástico
nubla mis pensamientos
asfixia mis sentimientos.

Tu falsa libertad
es tu cárcel de cristal:
vives en un aparador
en espera de tu próximo comprador,
yo pagué el precio
y aún no lo termino de pagar.

-Marlon León

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