El eterno camino en soledad
Ser siempre un bicho raro es algo complicado porque por más que quieres ser parte del grupo a medida que más convives con él más ajeno te sientes.
Siempre supe que no era parte de todo lo que veía entre las sociedades en donde he vivido, siempre distinto y siempre condenado por no vivir con hipocresía, callado, ocultando la verdad y no haciendo aquello que dicen que está bien.
Ajeno y raro, además gay, de izquierda y ateo, algo más común en un subgrupo al cual tampoco pertenezco porque no me gusta estar rodeado de homosexuales, a mi me gusta la diversidad y la diversidad para mi son los que son distintos a mi Ser, los heterosexuales y bisexuales ¿para qué estar todo el tiempo rodeado de gays?
Ciudad tras ciudad avancé en edad y me hice más yo a medida que conocí más a los demás, mis abuelas se convirtieron en la sal y la pimienta de mi visión del mundo, una come curas y la otra conservadora, las dos rebeldes dignas de confrontaciones que a mi me regalaron en largas comidas dominicales, ellas también me hicieron notar mi propia diferencia con mis padres y me convertí en fan de las ancianas que en días distintos decidieron irse para acompañarme para siempre.
En 1997 lanzaba una revista que tenía por primera frase de encabezado «el solo siempre es más fuerte solo», dura, ácida, certera y asertiva conjunción de palabras que me hicieron concentrarme en el camino, ese que no sabes porqué militas pero al que le perteneces.
Un día cuando todo se volvió gris descubrí a los compañeros leales a las causas, que son superiores a los amigos porque los compas están contigo por ideales y sueños, los amigos por empatías o porque te acostumbraste a ellos con los años. Los compañeros están con la idea que se comparte en donde cada uno sobra al anteponer el objetivo para que el mundo sea mejor… o peor. Algunos se unen para joder.
El camino se recorre compartiendo tiempos, espacios, pero se recorre solo. Máximo cuando descubres que eres una especie de alienígena que no tenía adherencia familiar por ritos, vociferaciones o ajustes conductuales a la sociedad enferma. De verdad Krishnamurti tiene verdad cuando dice «no es bueno ser considerado sano en una sociedad enferma».
No sé de dónde sale esa luz que va iluminando el camino, esa que cuando te caes te levanta a veces a madrazos o te somete a la ruta a chingadazos, es cuando los semiólogos afirman que hay un plan superior y que no depende de dios alguno sino de un engranaje cósmico que determina a cada quien con su destino, muy budista eso por cierto.
Los años siguen pasando y a medida que más descubro a los humanos más los encuentro maravillosos pero tan sometidos a sus ideas antiguas que me dan pena a veces y en otras me inundan de ira al ver que sencillamente no quieren modificar lo que viven pese a que se quejan de eso todo el tiempo.
Con el tiempo se disfrutan más los viajes a solas, el permanecer encerrado largas horas en casa, pasear con la compañía de tu sombra o con un perro ¿por qué será que la mayoría de la gente quiere inducirte a lo que ellos creen que tú deberías ser o cómo vivir? Porque sus vidas son patéticas aunque sean grandes estrellas, famosos artistas, importantes profesionistas, millonarios, es que sus carreras y logros no los hacen sentir plenos y buscan vivir otras vidas porque ellos son incapaces de ver y asumir la propia.
Este camino se recorre en soledad, el que no lo asimile lo sufre. La luz igual, al final de todo, es para todos, aunque prefiero ir en el sendero aprendiendo y no haciéndome pendejo.