Josefa volvió esta noche.

Espantada por los ruidos del patio antiguo Ricarda se tapaba hasta la nuca con el edredón floreado y con la mano temblorosa buscaba el control de la televisión sin ver. A tientas, mientras se ensuciaba los dedos en el buró gracias al polvo de la zafra, tocó el reloj de Nicolás y pensó que esa era la mejor forma de sentirse acompañada así que se lo puso y desistió del ruido que le ofrecerían los programas de ventas que transmiten por las noches en donde todos deben dejar de ser gordos, fumadores y feos.

Ricarda estaba harta de vivir en esa casa llena de cosas viejas, árboles antiguos y dolorosos recuerdos de una infancia en donde Josefa, su tía abuela, se la pasaba pellizcando sus brazos porque no le obedecía. Estaba cansada de sentir cerca a la Chepita que sólo rezaba y maltrataba a todos los niños. Esa mujer era un pobre espíritu que portaba un traje de solterona que olía a naftalina.

¿Por qué no está Nicolás conmigo? Pensó Ricarda, pero él está de viaje de negocios y regresará hasta la próxima semana. ¿Qué es lo que estará haciendo Nico en el hotel en donde se hospeda? ¿Estará en su habitación acostado? ¿Se habrá salido a un bar? ¿Meterá a alguna mujer al cuarto? ¿Cuándo cuelga el teléfono después de llamarla dormirá? ¿No le miente? ¿Y si contrata una prostituta? ¿Y si se mete a un chat y liga con alguien? ¿Quién garantiza que Nicolás le sea fiel? ¿Es eso importante? El tronido de las ramas del naranjo y el chillido de las hojas de la palmera interrumpieron su autoflagelación y se heló de miedo cuando el viento entró a la enorme recámara mientras un tronido en el cielo anunció la llegada de una tormenta.

Ricarda no pudo más. Echó el edredón al piso y se levantó queriendo prender la lámpara pero no había luz. Se acercó a la ventana y quedó paralizada. A unos metros de ella, en medio de las plantas estaba una mujer a la que no se le distinguía el rostro ¡era Josefa! se dijo. Aterrada buscó la lámpara de mano y cuando la encontró en el ropero de cedro casi corrió a la puerta que abrió con decisión y sudando frío encendió la lámpara para encontrar a la tía.

Buscando en el jardín y con tremendos gotones de lluvia no encontró más que una rosa tirada junto a la fuente. La tomó y olió pese a la lluvia. Sonriendo volvió al interior de la casa y cuando hubo de pasar la puerta un rayo iluminó todo y se vio de frente a sí misma pero vestida como Josefa mientras una voz susurrante le decía pellízcate, sufre estúpida, Nicolás es un cabrón.

Abrió los ojos, estaba en medio de las almohadas y sábanas revueltas sin el edredón. Se sentó y pensativa descubrió que el miedo como siempre es el peor enemigo y que esta vez Josefa le abría los ojos con un pellizco en sus sueños. Enseguida marcó en el teléfono a Nicolás pero nadie contestó seguramente se durmió y no me escucha se dijo y volvió a su posición fetal para conciliar el sueño expulsando a su tía de su mente permitiéndole a Nico estar al menos con él.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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