La cafetería de especialidad como como constructora de tejido social y democracia.

MANUEL GARCÍA ESTRADA

Las barras de café de barrio, las de especialidad y en ocasiones algunas comerciales, logran generar tejido social capaz de mejorar el entorno desde el diálogo entre sus habitantes habituales o clientes frecuentes. Ello se logra solo con una posibilidad de comprensión de los visitantes que no solo consumen café sino que comparten ideas y experiencias.

Es evidente que cafés de especialidad y de barrio solo pueden generarse en ciudades con colonias o fraccionamientos en el esquema que propone la tradición de cafeterías: centros de debate de ideas, experiencias intelectuales, artísticas y culturales.

Los cafés comerciales y en lugares de población pequeña así como los de especialidad lucharán por ser un epicentro cultural que revierta el encono social que se rige más por los medios de comunicación convencionales y los eventos de bajo nivel que producen las políticas públicas generalmente lideradas por inexpertos, familiares de fuerzas de poder, arribistas de la política pueblerina. Motivo por lo cual estas pequeñas empresas deben alejarse de las propuestas generales y provocar cambios en sus habituales. Hay que seducir al que se atreve a ser distinto exigiendo más y mejor calidad del café.

LOS CLIENTES DEL CAFÉ DE ESPECIALIDAD NO SON ORDINARIOS.

Las personas que en sus vidas no se conforman con lo común, con lo ordinario, con lo mediano o mediocre siempre están buscando música distinta, más elaborada o con propuesta, tienden a abrir su mente a la lectura diversa, gustan de dialogar con personas diferentes y rodearse de atmósferas culturales que ofrezcan algo que los desafíe.

Cuando una persona está abierta a conocer lo distinto rara vez se conforma con la medianía. Huyen de la mediocridad de manera permanente, ese tipo de gente es el cliente objetivo y consecuente del café de especialidad.

Una persona que no se conforma con la música que ofrece una estación de radio o la sugerencia del algoritmo pagado por las redes sociales emprende una busqueda de algo que de verdad le haga experimentar sensorialmente algo satisfactorio, por ello podrá acercarse a distintos sabores y perfiles de taza del café.

Las personas inconformes son las más propensas a conocer las distintas cafeteras artesanales, las bebidas novedosas de la mixología.

Un grano de café extraordinario solo puede ser apreciado por un consumidor también fuera de lo ordinario, no hay manera que un sujeto conformista que se queda con experiencias básicas y rudimentarias vaya en pos de un aromático distinto. No le interesa, no lo entiende, no lo aprecia.

El reto en México es hallar a esos inconformes en todas las áreas del pensamiento y las artes porque ellos son sustancialmente el nicho de mercado que los cafés de especialidad necesitan, por ello las clases medias son per sé el conglomerado de personas que amplían el gusto por el café de calidad.

En 2010 Rococó, en la Condesa, era la única atracción alrededor del Parque España, no había negocios que convocaran a las personas, a una cuadra se encontraba el hotel Hábita y a dos cuadras el Plaza Condesa que no tenía tantos shows ni propuestas en aquel tiempo. A dos cuadras estaba un pequeño teatro, a unas 10 cuadras el foro Shakespeare.

La propuesta de café de especialidad en el Parque España pasó de unos 8 a 10 clientes habituales a una comunidad que con el tiempo difundió la calidad del grano y confección de taza.

En 2011 en Rococó, en la Condesa, conocí a extraordinarios consumidores de café de especialidad, formados desde distintas áreas del saber y de profesión se reunían haciendo un viaje especial para llegar a la cafetería.

Para estar en Rococó había que caminar porque no había mucho estacionamiento disponible, muchos clientes caminaban por Parque México y de ahí se iban al España para llegar a la cafetería. La variedad de sabores y perfiles de taza a través del grano y del barista generaron que el “de boca en boca” creciera en todos las clases socioeconómicas pero tenían un compartir cultural que los hacía similares: gustaban de lo bueno.

No era raro encontrar artistas de tv, cine, teatro o escritores, caricaturistas, músicos o arquitectos codeándose con madres de familia, abuelos retirados o policías que paraban el trabajo para pasar a tomar un best machiatto doble. Todos compartían sus ganas de consumir café chingón.

Un domingo por la mañana, a eso de las 8 am, mientras el café recibía a los vecinos en piyama y a familias que antes de iniciar su día iban por su café se estacionó un microbús frente a Rococó, de inmediato un barista comentó que obstaculizaría que la fachada con el anuncio de cafetería se viera.

El chofer del microbús, ya un señor mayor, denotó que se había vestido para estar en Rococó, bajó con una impecable camisa blanca y su pantalón de vestir, enseguida ofreció su mano para una mujer más o menos de su misma edad que perfectamente arreglada, maquillada y con un vestido alegre y elegante, tomó la mano del caballero y se enfilaron a una mesa del café.

La señora tomó el menú pero antes de que la leyera le pidió al mesero el café de la casa, es decir, un best machiatto doble, el señor hizo lo mismo, comentaron en voz alta que ya sabían que ese café era muy bueno y que antes de comenzar su día planearon acudir al Rococó para degustar la bebida emblemática.

La pareja del microbús no era cualquier pareja, ellos deseaban la experiencia de Rococó, leyeron el menú, pidieron crossaint con mermelada y un chemex.

La lección era clara, la gente que no se conforma con lo ordinario hace acciones fuera de lo común para mostrar que lo extraordinario reside en la capacidad de buscar lo mejor.

Una cafetería de especialidad puede convocar a los que en apariencia de por sí ya son distintos pero las apariencias engañan, así que el gusto de los habituales o clientes generales de estos espacios nunca deben sorprendernos porque estaríamos subestimando a los que creeríamos que no les gustaría algo más elaborado. Hay que apostar por todo visitante. Máximo si es novato en el mundo de la especialidad.

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