Lulabar 1950.

Entra sola,

agobiada,

casada.

Ha cumplido su misión, para lo que fue adoctrinada, mamar, ser madre cogida en el desmadre, chupar sin cesar al mal amante y ser golpeada injustamente otra vez bien agachada.

Hace y publica lo que esperan de ella, de lo que quiere aparentar, que es feliz, que es bella, que es viajada y que es amada ocultando vejaciones, humillaciones, olvidada.

Sola,

encapsulada,

desbaratándose en el interior mientras viste un visón, una sábana, abandonada,

como mueble,

yace ella,

destruida,

acabada,

viendo cómo se ríen de ella,

como la tratan como mueble, meada, cagada,

soltando gotas por pequeños espacios de los ojos en donde se generan los ríos de amargura,

melancolía,

tristeza

y recuerdos de una felicidad acabada.

Quisiera ser joven, quisiera ser niña,

quisiera re caminar el camino caminado

para poder tejer otra frazada y poder liberarse del canalla.

Sus zafiros luminosos hoy opacos,

hoy son nada más que el alivio

para quien la amó como muñeca,

como humana.

Sale sola,

muerta,

liberada.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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