Yira.

Esteban tomó el vaso con fernét y lentamente alimentó a los nervios, discretamente miró por la ventana al edificio de enfrente. Ahí estaba él, Alejandro. Nuevamente arrojando lo que fuera a Camila.

Sin pudor ni discreción Esteban se colocó frente a la ventana y observó con detenimiento para que fuera visto por Alejandro. No pasó.

Camila fue echada al piso y llena de moretones y con un arroyo de sangre en la frente se arrastró al ventanal y vio a Esteban.

Los edificios están conectados por un puente en el piso 18 y adornan Puerto Madero. Esteban vio a Alejandro saliendo del ascensor para caminar a la torre uno y poder descender al sótano dos en donde guarda su Audi.

Velozmente Esteban se ajustó la corbata y salió del apartamento para llegar al ascensor. Camila se dio cuenta de ello. Se incorporó y se hizo un reguilete de pelo con una liga. Se cerró la bata negra y salió descalza mientras su celular comenzaba a sonar sin que fuera contestado.

Al llegar al puente Esteban se encontró con Camila. Ella iba a decirle que no golpeara a Alejandro. Esteban sólo dijo “buenos días” mientras el ascensor se cerraba para llevarlo al sótano dos.

El celular finalmente fue activado para hablar. Era Sofía, compañera de trabajo de Camila y le preguntó que qué ocurría, que por qué no llegaba a trabajar. Camila no podía más y le dijo que su marido la acababa de golpear. Sofía le respondió que ese no era asunto suyo y que si no se presentaba en 15 minutos perdería el trabajo. Los ojos de Camila se nublaron. Colgó. Gritó.

Al llegar al sótano Esteban se encontró a Alejandro y le saludó. Se subió al Honda y se fue a la oficina. Camila se dio cuenta que todo es mentira, que no hay amor. Que cuando se necesita una mano amiga no hay ni

siquiera un favor. Perdió la fuerza  y cansada se puso a ladrar. Jamás pensó que el mundo fuera así. Recordó que cuando falleció su madre Rebeca, hacía un año, ella estaba más preocupada por la ropa que la madre le dejaría y se la probaba en la habitación de la que agonizaba por cáncer.

Camila abrió el ventanal del puente, sintió el aire del Río de la Plata, dejó de escuchar todo porque el mundo indiferente y neoliberal es sordo, es mudo, es nada. Derramó cuatro lágrimas y se arrojó.

Descansa el cuerpo hermoso de Camila envuelto en la bata negra de seda que rápidamente un mendigo le quitó y salió corriendo con ella mientras uno de los curiosos decía … yira, yira.

Nota al margen:

El tango “yira, yira” del gran Carlos Gardel es el tango que más me gusta de todos. Ello se debe a la cruda realidad que afecta a la humanidad pero que encuentro más que nunca en una época en donde la gente se ha perdido en la nada. Sé que hay otros bellísimos y más alegres tangos pero al final, en mi opinión, tango que no clama dolor… no es tango.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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