¿Dónde está el país de las hadas?

Entre los sauces del bosque encantado las luciérnagas esconden telarañas de polvo dorado para que los chaneques se enojen al no poder hacer su sopa nocturna.

Entre los fresnos del volcán y los almendros de la playa están los diablitos del sol llevando transistores para que la abuela de las hadas no encienda su radio y le esconden bombillas para que no se alumbren sus cuevas.

Ahí, entre las estrellas que se reflejan en el lago están los colibríes que beben perfume de lirios solamente.

Allá en donde los helechos se convierten en árboles viven todos los personajes del bosque pero sólo allá entre las cascadas se puede entrar al reino de las hadas.

Detrás de las rocas centellantes y salpicadas con humedad extrema conviven hadas de enormes piernas y grandes alas que discuten cada día sobre el devenir de su reina y la posibilidad de instaurar una república de la magia.

No hay gigantes ni enanos, no hay brujas ni hechiceros en el reino de las hadas, por eso discuten con calma. Mientras la reina viva no hay apuración, no hay agonía.

Naëw, la abuela hada, reina de todas ellas, se la pasa cantando y leyendo en la cañada que está decorada con flores de miles de colores y que en el centro sólo hay un  asta con bandera de arcoiris que es el símbolo del reino y que tiene por escudo una estrella blanca de cinco picos en medio de un círculo dorado.

Esta noche, ahora que los búhos han salido, se realiza la asamblea haderil en la gran plaza.  En medio de todas está Ytakka, la más joven, bella y ardiente de las hadas que en la sangre lleva flama de un encuentro apasionado entre un hombre rubio y su madre, el hada Hiwette hace veinte años. Ella arenga al resto a la intifada.

Naëw observa al hada revolucionaria y festeja que su reino por fin hoy se acaba. Cerrando los ojos la vieja y sabia reina vuela entre las nubes, su objetivo se tiene que lograr antes de la alborada. Llega feliz, llega encantada a la ciudad más extraña de la patria mexicana.

Dejando de lado su varita y su corona Naëw se mete en el sueño de un mocho que en pesadilla sufre y se retuerce en la cama hasta que en medio de esa hecatombe de ideas y sensaciones ve al hada.

¡No es cierto! ¡No es posible! No existen esos personajes, menos la reina de las hadas.

En la torre del castillo de eucaliptos se desvanece el escudo del reino y en la plaza Ytakka poseída por la ciencia y la magia grita con dulzura y amargura ¡ha muerto la reina de las hadas! ¡Ha muerto la Reina, Viva la República!

Esta noche hay fiesta en el nuevo país de las Hadas.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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