El día en que Tomás se arrojó del Cielo.

Era 21 de marzo, justo cuando el calor es apenas un dulce aroma de colores encarnados en pasión cuando Toño regresaba de la escuela con una enorme sonrisa.

Al entrar vio a su madre, doña Tina, que estaba poniendo la mesa para comer. Al verlo de inmediato le preguntó que por qué estaba tan feliz.

Toño sin decir nada cambió el rostro a sombras y sólo contestó que era el hombre más feliz de la Tierra y se fue a su cuarto para dejar su mochila, el ipod y hacer una llamada por el celular.

Tina extrañada se acercó a la recámara del hijo y ahí, a escondidas, se mantuvo en silencio escuchando la conversación de Toño en la que se oía enamorado, entusiasmado y contento.

Tina regresó al comedor y sirvió agua de limón, sopa de fideos y llamó a Toño enfatizando que su papá estaba entrando a la casa.

Don Tomás es un señor hogareño, ni macho ni ordinario sujeto masculino, mezcla de religión, televisión y uno que otro libro. A diferencia de doña Tina él no iba a misa ni rezaba. Para don Tomás las cosas no se toman tan a pecho.

Al estar los tres sentados Tina sacó a la conversación la felicidad de su hijo y comenzó a molestarlo diciendo que ya era “suegra” y que quería saber de quien.

Don Tomás volteó a ver a la esposa y dijo con voz clara que dejara de molestar al muchacho. Tina de inmediato reclamó porque según ella ya era hora de que Toño tuviera novia porque un muchacho guapo y que practica tanto deporte era ya extraño que no la tuviera.

Toño asilenciado sólo volteó a ver a los ojos a don Tomás y dijo a su madre que cuando ella dejara de ser tan mocha podrían hablar de lo que quisieran pero que en la comida de ese momento nomás no.

Doña Tina arremetió que por qué la trataban así, que si nunca la iban a tomar en cuenta, máximo cuando Toño tendría una novia que según ella le hacía mucha falta.

Don Tomás nuevamente y ya enojado la llamó a que dejara de molestar y que comieran en paz.

Otra vez doña Tina reclamó y comenzó a llorar diciendo que a ella nadie la escucha, que la ignoran, que es apenas una sirvienta en la casa y que un día, no sabiendo cuándo, se iría y los dejaría solos a ver si estando sin ella podrían hacerse una pinche sopa.

Con miradas de consternación y enseguida con risas Toño y Tomás no pudieron contenerse y se carcajearon.

Doña Tina se levantó de la mesa y arrojó la jarra con agua contra la pared y con voz desafiante le dijo al marido ¿Qué no es importante para ti que Toño tenga novia? ¿Qué no ves que dicen que es maricón? ¿Qué no te avergüenza que digan eso de tu hijo?

Don Tomás con mucha calma se levantó de la mesa y le dijo ¿Estás loca o qué? ¿Qué te pasa? Aquí no tiras la jarra ni mierda por ese hocico que tienes que ya nos ha metido en tantos problemas.  Si te quieres largar hazlo que ya me tienes hasta la madre.

Toño, con los ojos rojos y comenzando a derramar lágrimas se puso de pie y con la voz quebrada les dijo ¡Si mamá, papá! ¡Soy puto! ¡Y no tengo novia, es novio y se llama Luis! ¡¿Por qué jamás me han dejado ser feliz?! ¿Por qué tengo que ser como quieren ustedes?

Doña Tina con cara de espantada y con voz llena de rabia gritó ¡Tu no eres mi hijo pinche puto! ¡Te vas a condenar! ¿Dios, por qué me odias? ¿Qué hice para merecer esto? ¡Hijo, tu eras mi ángel y ahora eres un demonio!

Toño de inmediato contestó Si me voy a condenar por esto, si no tengo cabida en el Cielo te lo digo ahora, madre, quédate con tu Cielo de odio y segregación, con tu Cielo de pederastas e hipócritas y te digo, madre, que si yo fuera un ángel ahora mismo me arrojaría a los infiernos para ser libre porque ser como tu, mocha y borrega, me da náuseas y no hace falta que te vayas, me voy yo.

Toño se fue a la recámara a armar un bolso para irse. Estaba en eso cuando entró don Tomás y le dijo que no se fuera, que el lo quería mucho y que era su único compañero y amigo, decía eso mientras lágrimas escurrían por sus mejillas llegando a sus barbas negras entrecanosas. Toño se lanzó a los brazos de su padre y ambos comenzaron a llorar con fuerza.

Tomás tomó con sus manos la cabeza del muchacho y viéndolo a los ojos le dijo que él regresaba a casa soportando a Tina sólo por verlo y oírlo platicar sobre la escuela, el fútbol y la música, eso le hacía la vida más aliviada y le confesó: Hijo, tu has hecho algo que cuando yo era joven no se debía hacer, que es ser libre, yo, hijo, me casé porque me casaron y sólo agradezco de este matrimonio ficticio el tenerte; por ti ha valido la pena, pero yo, nene mío, como tú…  prefiero a los hombres.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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