El chiquito de Palermo.
Convenientemente para sus padres Matías era un pibe independiente y audaz que salía corriendo todas las tardes a los bosques de Palermo para jugar y ver a sus amigos del cole.
El sitio favorito de juegos de Mati es el llano que justo está frente al rosedal en donde se mezcla con descamisados sujetos que toman el sol y bellas mujeres que en pequeñas polleras degustan el dorado de la piel.
El sábado primero del mes Mati se levantó temprano para ir a jugar, cosa rara porque siempre lo hacía por las tardes. De hecho escapó de la visita de la abuela que venía a casa de su hijo Miguel para jugar al ta te ti con su nieto.
A las nueve de la mañana el pibe estaba ya en Palermo y al poco tiempo aparecieron José, Rubén y Octavio. Llegaron en bicicletas con una extra para su amigo. Tomaron el camino hacia el acceso al rosedal, bajaron de los vehículos y caminaron hacia el baño.
Al estar los chicos dentro del baño Rubén les dijo que se desnudaran. Mati no cuestionó y se quitó la ropa mostrando que ya no era el niño aquel que sólo buscaba ensuciarse cuando más travesuras hacía. José, Octavio y Rubén se desnudaron también y comenzaron los cuatro a masturbarse midiendo el tamaño de sus penes para ver quien lo tenía más grande. De pronto la puerta del baño se abrió y los chicos quedaron en silencio pendientes de quien entraría. Era ella. Rosa, la mina rubia que fuera de su escuela les invitaba a reunir
algo de plata para divertirlos como adultos. Nada más de verla sonreír a todos eyacularon con excepción de Mati.
Rosa observó a los púberes desnudos y al notar que Matías era el único seco les dijo chicos, me parece que a la plata sólo le sacará jugo este chiquito.
Son las doce del día y en casa de Mati no saben nada de él. La abuela Margarita, papá Miguel y la mamá, Rafaela, estaban muy preocupados. Comenzaron a llamar a vecinos, amigos, a la policía y cuando la patrulla llegaba a las puertas del edificio vieron venir al nene.
Mati caminaba tranquilo, con una enorme sonrisa, vio a todos en la puerta y les preguntó que qué era lo que pasaba. Miguel lo abrazó y le dijo que estaban a punto de volverse locos por su ausencia. Mati vio a los ojos a su padre y le dijo no tenés que preocuparte papá, que yo soy un chico grande. Todos rieron y los policías sólo movieron de un lado a otro la cabeza sonriendo. Se fueron.
En el apartamento la abuela quitó el ta te ti de la mesa y Rafaela comenzó a cocinar unos spaghettis. El único que se quedó pensativo era Miguel. Enseguida se dirigió hacia su hijo que estaba caminando en el pasillo para entrar al baño.
-Mati, hijo ¿dónde estuviste todo este tiempo?
–en los bosques papá ¿por qué se preocuparon tanto? Ya no soy un pibe
-nene, para mí siempre serás mi chiquito
-está bien papá, pero te aviso, no sólo para ti soy el chiquito de Palermo.
Cerró la puerta del baño, abrió la llave de la ducha y volteó al espejo para verse sonreír.
Manuel García Estrada, el hijo del rayo.