La eterna búsqueda del yo
Por Daflin García
«Resérvame el vals» de Zelda Sayre, mejor conocida como Zelda Fitzgerald, no es más que una interminable búsqueda del ¿Quién soy?, pero no el quien soy yo para los demás, sino para mí misma, pues la autora, cansada de intentar siempre ser lo mejor en todo, acabó por desfallecer y rendirse en los brazos de lo que algunos llaman locura.
Intentó ser buena hija, buena esposa, buena madre, buena bailarina, buena pintora y buena escritora, pero acabó por no ser suficiente ante los demás, lo que me hace pensar que su realidad, ubicada en 1932, que es cuando sale a la luz el libro, no dista mucho de nuestro fastuoso siglo XXI, donde muchas mujeres aún seguimos en busca de ser lo mejor por y para los demás, dejando de lado lo que realmente queremos: hallarnos a nosotras mismas.
Este libro, con un prólogo increíble de María Mazzocchi, está compuesto por 316 páginas, divididas en cuatro partes de tres capítulos cada uno y nace como producto de una terapia y recomendación de los médicos del Hospital John Hopskins de Baltimore, donde Zelda permaneció hospitalizada tras sufrir varias crisis de “histeria” y sí, así con comillas, porque aún no le hallamos nombre a lo que Zelda era, que a mi forma de ver era un manojo de sensaciones y sentimientos aflorando todo al mismo tiempo.
De una forma melancólica, la historia que nos narra Zelda, a través de Alabama Beggs y David Knight, no es más que un reflejo de lo que ella vivió al lado del reconocido escritor Francis Scott Fitzgerald, quien llevó en sus hombros la carga de ser el famoso, mientras que ella se tuvo que conformar con ser la musa de sus obras, pero al mismo tiempo ser la caprichosa, la diva, la egoísta que robaba la inspiración y se interponía entre la pluma y el autor. Es por eso que Resérvame el vals vale tanto, porque muestra los deseos tan intensos de una Zelda que se cambia el nombre por Alabama y busca ser la mejor en todo, pero siempre fracasa. Sin embargo, este fracaso es curioso, pues es una derrota de cara a los demás y un reconocimiento interior y propio.
Lleno de sueños que Zelda tuvo, como el hecho de bailar en Nápoles, pero que no consiguió más que en las letras, el libro destila fuerza en cada capítulo, lleno de descripciones tan palpables que nos muestran cómo dentro de tanta riqueza, bailes, fiestas y lujos, Alabama se apagaba poco a poco y dejaba escapar su alma entre cada bocanada.
Admiro la valentía de Zelda de apegarse a su terapia y poder liberar su alma de todo aquello que le oprimía el pecho, porque mientras leía me era imposible no pensar en esa mujer que fue retratada como banal y llena de excesos, dejando el alma entre las letras, plasmando con tal crudeza el cómo siempre buscó ser aprobada por todos y echada a menos.
Al mismo tiempo es imposible no hacer comparaciones con mi propia vida, cuestionarme si como Zelda o Alabama he visto pasar de largo mis años, queriendo hacer algo y quedarme en el intento, o peor aún, supuestamente bajo la bandera del amor acceder a estar en un lugar donde no quiero, con gente que no quiero y poner mi mejor sonrisa, permitiendo que me llamen histérica porque la luna llena de octubre me conmovió a tal grado que me hizo derramar una lágrima.
Admiro la virtud de Zelda con las palabras, con la narración de momentos y escenas que quedan fijas en mi imaginación, como los frutos maduros cayéndose, los olores del sur de Estados Unidos o los grises de una Francia de la posguerra.
Qué bella forma de retratar la tristeza y la frustración, qué virtuosidad la de poder describir “Querida mamá, no he sido la hija que tú hubieses deseado, pero te amo con todo mi corazón”, pues sí, yo también he pensado eso de mí y he querido gritárselo a la cara a mi madre.
Me es imposible no identificarme con Zelda y con Alabama, tratando de ser rebelde en la adolescencia y descifrando qué hay más allá del amor filial, de la maternidad y del amante a escondidas, del engaño, de la traición y sobre todo del grito que se anuda en la garganta ante tanta frustración.
Por eso es que para mí «Resérvame el vals» es más que una confesión de una mujer que luchó contra su propio yo para buscar ser aceptada por aquellos que aseguraban amarla, es una declaración de amor propio y de admitir pienso esto, veo esto, siento esto y siempre lo he reservado para mí, como ese último vals que se toca en la gran cena de aceptación a la sociedad. Resérvame el vals es la estocada que Zelda da a todo aquello que la tachó, la etiquetó y la buscó encerrar. Es el gran paso a trascender entre una melodía trémula y la tormenta en el cielo.
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