«Lenguaje incluyente» y feminismo de a centavo

Incluyentes de cristal y el síndrome del gordo o la gorda.

Esta generación llena de ridiculeces y estupideces que son izadas como banderas de derechos humanos y reivindicación de identidades es una enorme mamada de cuentos que son, evidentemente, contados a los más resentidos, a los más dolidos y con menos capacidad de tomar a la vida como al toro, por los cuernos y que necesitan escuchar esas narraciones para creerse comprendidos.

Vivimos tiempos de destrucción de la comunidad, de fragmentación social para generar caos e impedir que la comunicación fluya eficazmente. Quien domina busca dividir a sus dominados para que no puedan organizarse o reunirse para cuestionar lo que sucede.

El «lenguaje inclusivo», que no es más que el impedir la sana comunicación, dicta que se debe usar la letra E para que no se marque género… como si la E eliminara discriminación, violencia o segregación para los que sin llevar procesos de construcción de identidad plenos de pronto lo sean y al menos crean que viven en una felicidad debido a su aceptación por el resto.

Muchos de estos individuos, que incluso han llegado a diputaciones, ni siquiera podían definir si querían o no cambiar de sexo hace unos meses, es decir, no tenían ni identidad pero el militar violentamente en un grupo les dio algo que jamás habían tenido: aceptación de grupo. Evidentemente defenderán con locura y radicalidad a su manada. Fuera de ella la sociedad, aunque le impongan miles de leyes, jamás les aceptará porque las personas prefieren a los definidos, como sean, a los que ni siquiera saben si quieren usar tacones hoy o tennis. Esas personitas que tanto difunden mensajes estúpidos tienen vida sexual miserable, esperan emborrachar o drogar a alguien en un bar para poder recibir al menos una felación. Conozco incluso a algunos personajes que se creen activistas o políticos que promueven cosas que quieren ver normalizadas porque ni siquiera han salido del clóset como travestis y quieren que todos usemos vestidos para no sentirse tan mal cuando ataviados con faldas y zapatillas recurren a prostitutos para que los penetren en lugares ocultos. No quieren mejores leyes, quieren eliminar sus culpas. Es dceir, ni siquiera se han aceptado a ellos mismos.

Muchos de estos militantes del «todes» carecen de habilidades sociales para poder ligar en un bar o en un café, de hecho son los que menos éxito tienen para llevar una vida sexual plena. Toda su frustración y su ira la vuelcan a una militancia de lo absurdo y prefieren que todos estén peleados a asumir que sus propias tribus gay los hacen a un lado por sus resentimientos transformados en lo que se llama «perrez», incluso conozco sujetos que toda su vida han sido envidiosos, carentes de valor, que no toman riesgos para transformar sus vidas y que llenan las redes de odio y atacan a los que les han rebasado en plenitud.

El mediocre, sea hombre mujer o gay, siempre buscará destruir al que lo rebasa y si ese mediocre además es pobre convierte sus pequeñas ideas en militancias pendejas llenas de coraje mientras suben a las redes sociales mensajes de que son felices. No cabe duda que «dime de qué presumes y te diré de que careces» y eso directamente va a los «incluyentes» que aunque no saben hablar en lenguaje de señas, no intentan aprender náhuatl y no son para nada empáticos con niños, o discapacitados o señoras mayores.

De hecho esas militancias «incluyentes» provocan una desesperación en los individuos que los hace estar a la defensiva de manera permanente, se ofenden por todos y se creen superiores al resto porque «ellos entienden cómo debe de ser la justicia» cuando en realidad no son justos ni con ellos mismos porque ni respeto tienen por sus cuerpos o lo que comen. la estridencia de los «incluyentes» solo nos muestra sus frustraciones, miedos y estrés porque, insisto, ellos aún no acaban de aceptarse. Vaya es como la gente gorda que sabiendo que está gorda no quiere que le digan gorda porque eso la segrega, discrimina o la ofende, pero es su realidad, así que como no la acepta la sufre y es tan baquetona para no adelgazar que culpa a los demás de su sufrimiento. Tan sencillo que es dominarse a sí misma, bajar de peso y dejar de ser llamada gorda. Obvio habrá quienes tengan alguna enfermedad pero esas personas se tratan mejor a sí mismas que las huevonas que tienen que ser aceptadas y amadas en su estado de gorda. Como no la quiere quien esa persona ansía simplemente se siente odiada cuando en realidad está rechazada y que te rechacen es parte de la vida, no a todos les gustas, no a todos les caes bien, no a todos les parecerás el tipo de gente que quieren como amigos o amantes o pareja. Eso es normal, pero la acomplejada persona con su gordura no lo resiste e insisto, culpa al resto de su problemática que podría acabar en un gimnasio y por supuesto con terapeuta.

Feminismo de a centavo

Seré breve, el síndrome de la gorda o el gordo aplica a muchas pseudo feministas que lo único que hacen es sacar sus frustraciones y su bajo nivel de desarrollo de identidad para odiar a los hombres, porque supuestamente no odian pero generalizan en atizar el fuego del coraje contra los poseedores de pene.

Hay «feministas» bastante controladoras, tienen sus problemas personales de identidad e inseguridad y si sus parejas o amantes o prospectos de pareja no se comportan como ellas quieren entonces se sienten sobajadas y abusadas, peor aún si su mascotapareja -que eso es lo que quieren- llega a cometer el delito de salir con alguien más o cogérselo, en ese momento todo el «feminismo» aflora con odio jarocho y no aceptan que el sexo es sexo y que la gente tiene tendencia a tener prácticas sexuales distintas… ¿ No que muy incluyentes y comprensivas de la naturaleza humana?

Conocí a unas investigadoras muy prestigiosas por su feminismo que en una cena, ya veodas, lloraban diciendo que «lo único que quiero es que mi marido no me engañe» así que esa noche salí bastante decepcionado de esas lumbreras de la UNAM que no eran más armadoras de espectáculos y escritoras de papers sobre feminismo y género para ganar más lana y no podían ni entenderse ellas a sí mismas.

A veces esas «feministas» tienen momentos de triunfo en mesas de comida familiar o de amigos cuando una joven de 18 sin tener un nivel intelectual y cultural desarrollado afectada por facebook coincide con la vieja que sin saber qué es género o feminismo de verdad alega que debemos usar el «todes». No bueno, así no se puede, el diálogo no se puede basar en propaganda ni en los muros de una red social que mayoritariamente es usada por personas que mal acabaron la primaria y que no leen más que reseñas de o resúmenes de chismes de «celebridades».

Una moda de estas contemporáneas de feminismo de a centavo es una burla, el feminismo es liberador, pero si mantiene a la gente en su militancia de que deben tener controlado al hombre y éste debe «hacerse responsable de su papel de padre» es machismo y paternalismo, de hecho los jueces deben simplemente en un divorcio con hijos hacer responsable a los dos padres con el 50% de gastos de los hijos, en el momento en el que los hombres deben cargar con la ex hay una profunda injusticia y una legitimización de la cultura del macho proveedor y de la mujer mantenida. ¿No que luchan por la igualdad? No se nota mucho en los juzgados de lo familiar.

En realidad la moda feminista de a centavo nos muestra como a través de los chismes, los inventos, surgidos de su mal manejado dolor porque las abandonan hombres que no quieren ser controlados atiborran redes o hacen tendederos donde exhiben a «abusadores» o «violadores» pero que no exhiben las denuncias frente a la autoridad, parece que las viejas mochas de las iglesias de la edad media siguen existiendo pero ahora creen que al usar una pañoleta verde les da legitimidad y autoridad para desprestigiar a alguien. Son una vergüenza.

En Córdoba han habido varias víctimas de esto que hacen las feministas de a centavo, la primera es la protagonista de la leyenda de «la mulata de Córdoba» que acusada por las señoras criollas de hechicera porque sus maridos querían amar a la mulata la acabaron llevando a la Inquisición y ésta fue enviada a San Juan de Ulúa. En los años 80 la poeta Rosa María Galán Callejas fue segregada de la alcurnia cordobesa porque se atrevió a alegar contra un vestido que debiera representar a las mujeres de esta ciudad, como la autoridad impuso algo inventado y Rosa los acusó de mentir -cosa cierta- la congelador y aislaron, en esa barbárica acción de linchamiento pasivo agresivo no solo participaron señoras conservadores, que son idénticas a estas feministas de a centavo, sino algunos closeteros y arrogantes pseudo aristócratas.

Justamente Rosa María Galán Callejas, La Rosa de Córdoba, es la que nos brinda esperanza de que la razón y la belleza vencen a la barbarie, a finales de los años 90 resurgió gracias a lo que mi abuela Kiki me platicaba de ella, así que fui a buscarla a su casa y sus poemas volvieron a las páginas de EL ÁGUILA donde nuevamente su hermoso trabajo con las letras la llevó a popularizarse entre grupos culturales emergentes y hoy en día, pese a que quienes arruinaron a Rosa siguen creyéndose los amos de la verdad y la ciudad Galán Callejas crece y es la exigencia de un amplio sector de la sociedad que el nombre de la maravillosa poeta esté en letras doradas en el salón de Cabildos.

Los «incluyentes» y las feministas de a centavo pasarán de moda pero la razón, el arte, la ciencia, volverán a imponerse en su lugar porque la tribu siempre representa al pasado y el desarrollo y la construcción del mundo no se hacen ya por las rabietas de seres humanos que no se han desarrollado emocional, psicológica y políticamente de manera correcta.

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