Lobo hombre en… casa.

Rodolfo se levantó de la silla que ocupa todos los días en su casa para comer, sus padres se quedaron fríos después de que les dijo que es gay.

La madre soltando lágrimas veía al marido que blanco se mordía los labios. ¿En qué fallamos? ¿Por qué salió puto éste? ¿Qué nos faltó?

Sofía, madre de Rodolfo, lanzó el plato de la comida contra la ventana que rompió en mil astillas cristalinas. Adolfo salió de su estado estupefacto y vio a su mujer detenidamente para enseguida pedirle que se tranquilizara.

¿Cómo es que puede estar tan tranquilo Adolfo? Se cuestionaba Sofía. Su marido se levantó lentamente y le colocó su mano derecha en el hombro izquierdo. Le pidió que no dijera nada y que debería de hacerle una confesión.

Sofía y Adolfo se casaron en 1990, tienen dos hijos, Rodolfo y Tiara. Ella es excelente deportista, es delantera del equipo de fútbol de la escuela. Rudy estudia el primer año de la universidad y después de los libros su vida es el gimnasio. Ambos son bellos. Y hasta hoy sus padres estaban muy orgullosos de ellos.

Adolfo llevó a Sofía a la sala, en el camino tomó un par de vasos tequileros y la botella de Don Julio añejado. Se sentaron frente al ventanal que da al parque Nacional y el torrente de información que la mujer escuchaba la dejaba atónita.

Adolfo narró que en los años ochentas no sólo tenía relaciones sexuales con Sofía, le platicó que en ese tiempo el recorría cantinas que están detrás de Bellas Artes y los vapores del centro de la ciudad en donde buscaba y obtenía sexo de muchos hombres. Para Adolfo su hijo era más valiente que él pues había aceptado que es gay.

Sofía no podía más, el mundo se caía de manera terrible, se sentía asfixiada. No soportaba el hecho. No lo podía creer. Se levantó de pronto y tirándose del pelo gritó basta. Adolfo se calló y caminó hasta el cristal del ventanal y fijó la nariz en el frío cristal mientras el tequila se mezclaba con las lágrimas que chupaba cuando llegaban al labio superior. En ese instante descubrió a Tiara caminando hacia la casa, venía de la mano de Gustavo, el entrenador y de Bianca, su compañera de equipo. Suspiró. Pero su cara volvió al color blanco cuando vio a los tres besarse y al entrenador tocarle las tetas a las jugadoras que de quince años se veían muy sabias en el lenguaje de la pasión.

Adolfo fue a la cocina y sacó del aparador de vasos uno de tamaño grande en donde a tope lo llenó de tequila y de un solo jalón lo bebió. Para entonces Sofía estaba ligeramente tranquila y también había tomado unos tequilas. Tomó aire y le preguntó a su marido: ¿sigues teniendo relaciones sexuales con hombres?

Adolfo la miró fijamente y le dijo, si. Por eso salgo tantas veces tarde del trabajo. Antes de venir esos días cojo y me cojen cuanto puedo y puedan en los baños de vapor del club y cuando creyó que eso sería lo único que se diría en su matrimonio Sofía le pidió que la invitara a sus aventuras sexuales. Se hizo un extraño silencio.

Un relámpago cimbró el edificio y el viento se desató furiosamente contra los fresnos del parque. La llave sonó entrando a la puerta del departamento y el saludo de Tiara hizo que la tormenta precedente al hogar hiciera una pausa para dirigir las vidas de todos, esa tarde, seguramente, a la lluvia que inundaría las calles… a la tormenta literal que enjuaga el llanto de los hombres y mujeres libres.

Manuel García Estrada, el hijo del rayo.

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